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La pista de carreras México-Cuernavaca: ¿Y las autoridades?: Daniel Lizárraga

Foto: Archivo
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    Daniel Lizárraga   Los medios de comunicación no han podido zafarse de la agenda informativa del Palacio Nacional. Prensa, radio, televisión y diarios en línea abordan los temas tocados por el presidente López Obrador desde distintos enfoques, pero están ahí, presentes. La alternativa de hacerse a un lado es arriesgarse a perder seguidores … Leer más

 

 

Daniel Lizárraga

 

Los medios de comunicación no han podido zafarse de la agenda informativa del Palacio Nacional. Prensa, radio, televisión y diarios en línea abordan los temas tocados por el presidente López Obrador desde distintos enfoques, pero están ahí, presentes. La alternativa de hacerse a un lado es arriesgarse a perder seguidores o clics porque las palabras del tabasqueño marcan el ritmo al que se mueven las redes sociales buena parte del día.

Criticarlo o apoyarlo es parte de un ejercicio diario en la sociedad mexicana. Dicho así, los discursos de López Obrador importan por el peso propio de la investidura y también por su legión de seguidores(as). De hecho, esta columna también gira alrededor del ojo del huracán del Palacio Nacional.

Pero afuera, en las calles, están sucediendo cosas que pasan de largo como un ventarrón y difícilmente regresan a la mesa de una familia o se intercalan por mucho tiempo en las discusiones de parroquianos.

Eso ha sucedido, sin duda, con el accidente en la autopista México-Cuernavaca el pasado domingo 15 de agosto que dejó seis muertos y varios lesionados. Una vez pasado el susto y el duelo, los motociclistas tomarán de nuevo esa carretera como pista para correr sus máquinas a unos 250 kilómetros por hora, como lo han hecho desde siempre. Ellos y ellas –dicen– tienen el derecho a manejar lo que les venga en gana, a sentir esa

libertad que da el rugir de un motor y gozar con la adrenalina que recorre sus cuerpos cuando sienten que vuelan.

Morir así, para ellos, es acto reivindicatorio, porque han llegado hasta el último día de sus vidas vibrando con lo que más les gustaba en este mundo. Entenderlos desde esa perspectiva puede resultar sencillo e incluso aceptable. Cada cual pone su vida en riesgo cuándo quiera y cómo quiera.

Pero eso es solo una parte de la historia. Si fuesen pilotos profesionales –quizá algunos de ellos lo sean–, verlos desde una grada pasar a 250 kilómetros por hora en una competencia sería todo un espectáculo. El problema es que la autopista México-Cuernavaca no es una pista de carreras. Por ella, circulan cientos de automóviles privados, autobuses de varias líneas que van hacia el sur del país y camiones de carga que no forman parte de su torneo.

Cuántas personas hemos visto cómo nos rebasan a velocidades inusitadas, casi rozando las defensas de los automóviles en los que viajan familias. Los conductores no tienen más que desacelerar y tratar de mantener el volante lo más firme posible.

No, señores motociclistas, la autopista México-Cuernavaca no es suya ni tampoco de otros en particular. En realidad, no es de nadie, pero es de todos. No tienen ningún derecho a exponer así la vida de los demás. Si lo señores quieren arriesgar su pellejo de esa manera, será su decisión, pero que lo hagan de esa manera, pudiendo ocasionar graves accidentes, es otra cosa.

¿Y las autoridades? ¿Alguien sabe si los meterán al orden? ¿O los veremos de nuevo jugando a las carreritas?

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