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Una nación convulsionada en medio de un juicio político

Foto: The New York Times
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Una nación convulsionada en medio de un juicio político: En casi tres años de mandato, Donald Trump se ha convertido en la figura más polarizante Peter Baker Una nación convulsionada en medio de un juicio político: En casi tres años de mandato, Trump se ha convertido en la figura más polarizante; el más impredecible de los … Leer más

Una nación convulsionada en medio de un juicio político: En casi tres años de mandato, Donald Trump se ha convertido en la figura más polarizante

Peter Baker

Una nación convulsionada en medio de un juicio político: En casi tres años de mandato, Trump se ha convertido en la figura más polarizante; el más impredecible de los presidentes obtuvo el resultado más predecible. ¿A alguien le sorprende en realidad la decisión de someter a juicio político al presidente Donald Trump? Podría decirse que su desafiante actitud de ignorar las líneas rojas lo convirtió en un candidato ideal para la impugnación.

Desde su primer día en la Casa Blanca, Trump dejó muy claro que no respetaría las convenciones del sistema que heredó, así que quizás era inevitable que en algún momento el partido de oposición considerara que se había pasado de la raya. Ahora hemos presenciado un día histórico de debate en la Cámara de Representantes, donde por turnos se describió al magnate como una víctima y como un villano que no respeta la Constitución.

La razón inmediata en que se basaron los demócratas para presentar el cargo de delitos graves y faltas leves –para aprobar el juicio político con votos de su partido el miércoles pasado por la noche– fue la campaña de presión que ejerció el presidente cuando retuvo fondos de ayuda destinados a reforzar la seguridad en Ucrania para que ese Gobierno le ayudara a combatir a sus rivales políticos dentro del país.

Sin embargo, mucho antes de que la historia de Ucrania consumiera la capital, Trump ya había intentado manipular los instrumentos de la Administración federal para sus propios propósitos, a pesar de que ello implicaba tensar límites que toda una generación había considerado sagrados.

En casi tres años de mandato, Donald Trump se ha convertido en la figura más polarizante de un país sumido en una atmósfera política tóxica. Ha castigado a sus enemigos y, a decir de muchos, socavado las instituciones democráticas. Haciendo caso omiso de recomendaciones que otros presidentes sí siguieron, Trump conservó su empresa inmobiliaria –lo que constituye una afrenta a la cláusula constitucional en materia de emolumentos–, sobornó con un pago a una supuesta amante e intentó impedir investigaciones que no le convenían.

Sus constantes falsedades, incluso sobre sus conversaciones con Ucrania, afectaron su credibilidad tanto en el país como en el exterior. En contraste, desde la perspectiva de sus seguidores, enfrentaba un ‘status quo’ corrupto, víctima de una persecución partidista.

Los juicios políticos se presentan en tiempos tumultuosos, cuando las presiones parecen acumularse y explotan en algún tipo de conflicto, cuando la urdimbre social se percibe endeble y el futuro incierto. Las batallas por la impugnación de los presidentes Andrew Johnson, Richard Nixon y Bill Clinton ocurrieron en momentos definitorios de la historia estadounidense.

La época que produjo un presidente como Trump ha demostrado ser otro de esos periodos, un momento en que lo impensable se ha vuelto rutina y los preceptos que antes parecían inquebrantables se han puesto a prueba.

Trump, quien deja una estela de división a su paso, es la manifestación de una nación fracturada en bandos opuestos que luchan por definir de nuevo los ideales estadounidenses, como ocurrió durante la Reconstrucción, la época de Vietnam,  en el ‘Watergate’ y cuando surgió una nueva forma de partidismo enardecido en los albores de la era de la información.

“Si vemos cada uno de estos procesos de impugnación, no ocurrieron durante periodos de calma”, comentó Jay Winik, distinguido historiador y autor del libro ‘The Great Upheaval’, así como de otros que también tratan de sucesos determinantes en la historia de Estados Unidos. “En cierto sentido, es como observar cuando salta el tapón de un volcán que ha acumulado gases durante mucho tiempo. Es evidente en cada uno de estos casos: con Johnson, con Nixon, con Clinton y ahora con Trump. Estos juicios políticos son emblemáticos de periodos de una profunda transición”.

En realidad, gran parte del debate del miércoles pasado en la Cámara de Representantes fue menos dramático que los sucesos que le dieron lugar. Durante la mayor parte del día, casi no se percibió el ambiente eléctrico que marcó el juicio político de Clinton, pues cuando el país enviaba bombarderos a Irak, el nuevo presidente de la Cámara presentó su renuncia intempestivamente tras reconocer que había cometido adulterio y la Casa Blanca temía que Clinton se viera obligado a hacer lo mismo.

En cambio, el debate en torno a Trump lució más como un programa organizado conforme a un libreto, en el que cada quien desempeñó su papel y cada bando se apegó a los temas de diálogo, sin dirigirse a las galerías medio vacías, sino al país en general.

Por supuesto, el país estaba desgarrado desde mucho antes de que el secretario pasara lista, como ocurrió en las eras de Johnson, Nixon y Clinton; pero, sin duda, las divisiones se habían ampliado para cuando se escuchó el mazo.

En el caso de Johnson, en realidad el juicio político de 1868 no se celebró para examinar su decisión de despedir al secretario de guerra en contravención de una ley que más tarde se anuló, sino para decidir qué tipo de país surgiría tras la Guerra Civil.

Johnson, un supremacista blanco del sur que llegó a la Casa Blanca después del asesinato de Abraham Lincoln, quería hacer muy pocos cambios para incorporar de nuevo a la unión a los estados confederados, mientras que sus opositores republicanos radicales buscaban un nuevo orden que garantizara derechos equitativos para los esclavos liberados.

Más de un siglo después, cuando Nixon estuvo a punto de enfrentar un juicio político en 1974, el país se encontraba en el clímax de una década de agitación social marcada por los asesinatos de John F. Kennedy, Robert F. Kennedy y Martin Luther King Jr., el movimiento a favor de los derechos civiles, la guerra de Vietnam, la liberación femenina, la revolución sexual y el escándalo de ‘Watergate’.

Con la nación en tal estado de desasosiego, Nixon prefirió renunciar antes de que la Cámara de Representantes votara sobre los cargos (llamados artículos) para el juicio político.

En cuanto a Clinton, su juicio político en 1998 se presentó en un periodo de paz y prosperidad que, no obstante, resultó ser un momento de transición. El primer ‘baby boomer’ había llegado a la Casa Blanca y, para colmo, traía a cuestas un historial de amoríos, uso de drogas y evasión del servicio militar que constituía una gran ofensa para los tradicionalistas.

El surgimiento de la agresiva revolución conservadora encabezada por el presidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, coincidió con el inicio de la era de internet que terminaría por balcanizar a Estados Unidos.

“Quizá sea porque el juicio político es un instrumento muy directo para lidiar con periodos de intensa división partidista”, explicó Eric Foner, reconocido historiador de la Reconstrucción cuyo libro más reciente, ‘The Second Founding’, se publicó este otoño.

“En cierta forma, nos encontramos en otro momento de confrontación a causa de los elementos fundamentales del sistema, no solo para decidir si el presidente continúa en funciones”.

El improbable ascenso de Trump al poder refleja la transformación que vive la política estadounidense, con narrativas distintas impulsadas por medios noticiosos diferentes.

Algunos creen que su elección fue el resultado de una revuelta de la gente común y corriente en contra de las élites costeras, un fenómeno que Winik designó “la era del hombre olvidado”. El deseo de empoderar a un hombre adinerado que creyeron capaz de enfrentar al sistema llevó a la presidencia, por primera vez en la historia de Estados Unidos, a un hombre sin la más mínima experiencia en funciones de Gobierno ni el Ejército: le apostaron a que lograra algo que la mayoría de sus 44 predecesores no pudo hacer.

“Quizá ya era tiempo de renovar el sistema político por completo”, dijo John Lewis Gaddis, historiador de Yale. “Hay momentos en que la visión no surge de entre las filas del sistema, sino que viene de fuera. Bien puede ser que esta sea una de esas ocasiones”.

The New York Times/ FOR

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