Raúl Castro dejó el cargo, tras una década en el poder. La noticia me hizo recordar una plática que recientemente sostuve con Julio Patán, autor del libro ‘Cuba sin Fidel’.
Hijo de exiliado españoles, Patán fue educado bajo el mito del socialismo casi como religión y, después de leer su más reciente libro, me quedó la impresión de que existía un sentido reclamo a la Cuba de los Castro, esa que sirvió de inspiración a muchas generaciones, políticos y políticas públicas del siglo XX. Ahí surgió mi interés en conversar con Patán sobre el referido título.
De esa charla saqué un par de conclusiones.
Los proyectos de nación fincados en una persona están condenados a la existencia de esa figura, tanto a sus decisiones, aciertos y errores, como a su propia mortalidad. Eso los vuelve inviables e insostenibles. El siglo XX también nos mostró que las revoluciones no funcionan. Al menos no las revoluciones violentas. Pero quienes crecimos en la segunda mitad del siglo pasado tuvimos en Cuba un referente innegable y poderoso.
Tal vez esa es la razón por la que no logro el socialismo cubano como Patán. Aunque la novela ‘La transparencia del tiempo’, de Leonardo Padura, definitivamente resquebrajó esa nostalgia romántica que conservaba de mi otrora juventud.
Quizá esto se debe a que fui testigo del nacimiento de la oposición al partido oficial y la transición democrática, esa misma que luego nos mostraría no ser la solución a nada, pero que le abrió una brecha a la participación social como camino posible para transformar el país, sin necesidad de comprar un fusil e irse pa’l monte.
Lo que sí me queda claro es que en la última últimas década, muchos de esos jóvenes que creímos que un mundo mejor esa posible –mucho antes de que Inditex vendiera camisetas con el ‘Che’, de Korda– también fuimos testigos del avance de este país en cuanto a la construcción de una sociedad civil organizada, la cual ha dado pasos importantes, como posicionar la llamada 3 de 3 o el análisis de la cuenta pública.
Es es la revolución por la que me gustaría apostar, una que me parece más del siglo XXI y cuyo primer logro debería ser vencer el abstencionismo.
Entonces sí, hasta la victoria, siempre.