Caro Quintero ahora es uno de los narcotraficantes más buscados por la DEA
Daniel Lizárraga
En la época de mayor esplendor del Cartel de Guadalajara –en la década de los 80 en el siglo pasado–, los tres cabecillas Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca y Miguel Ángel Félix Gallardo permitieron que aeronaves de la CIA hicieran escalas en pistas clandestinas cerca de sus sembradíos de mariguana o en sus ranchos repletas de armas que serían entregadas a los grupos contra insurgentes (1979-1999) para combatir al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), una vez derrotado el régimen del dictador nicaragüense, Anastasio Somoza.
La Resistencia Nicaragüense (RN) fue financiada por Estados Unidos y, en su momento, cobijada hasta la ignominia en cuanto a sus graves violaciones a los derechos humanos por el presidente Ronald Reagan. Los poderosos e impunes narcotraficantes mexicanos operaban para la CIA y los gobiernos de México lo sabían. La mayor parte de estas operaciones fueron cuando Manuel Bartlett Díaz era secretario de Gobernación durante la administración de Miguel de la Madrid (1982-1988).
Esta información, con algunos matices, ha sido manejada durante años por reporteros en Centroamérica y entre excombatientes. También ha sido documentada en los libros como ‘Los señores del narco’, escrito por Anabel Hernández, y ‘La CIA, Camarena y Caro Quintero’, de Jesús Esquivel.
El pasado fin de semana, el rostro duro, desencajado y amenazante del actual director de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) en México fue la portada de Proceso. ‘EU insiste en interrogar a Bartlett’, dice el titular del semanario. Nada vendría mejor que este polémico funcionario hablara, de una vez por todas, sobre la intervención de la CIA en Centroamérica.
En el reportaje de Jesús Esquivel se reproduce parte de los documentos judiciales en los cuales testigos protegidos cuentan cómo Bartlett supo del asesinato del agente de la DEA, Enrique ‘Kiki’ Camarena. Por ello –sostiene Proceso–, si pisa Estados Unidos sería detenido para someterlo a interrogatorios.
Las fotografías aéreas del piloto Alfredo Zavala que trabajó para la desaparecida Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos revelaban la existencia del racho El Búfalo, cuyas tierras daban cientos de kilos de mariguana que eran exportados a Estados Unidos. Zavala fue informante de Camarena, y por eso también lo asesinaron.
En noviembre del 2020, viajé a Guadalajara junto con mi colega Laura Sánchez Ley. Ambos trabajábamos en el equipo de Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, que, en aquel entonces, participó en una cobertura del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés) sobre una filtración de documentos conocidos como SAR’s sobre movimientos sospechosos relacionados con lavado de dinero o evasión de impuestos.
En uno de esos archivos estaba parte de la historia de Caro Quintero. La DEA le había seguido los pasos a los magistrados mexicanos que lo sacaron de prisión; sospechaban de hubo corrupción en el fallo judicial. El capo había salido caminando la madrugada del 8 de agosto del 2013 del Penal Estatal de Jalisco luego de 28 años. Lo esperaba una solitaria camioneta negra. A sus espaldas dejó la prisión donde controlaba todo: visitas, venta de droga y alcohol, cuotas para vigilancia, renta de celdas y la distribución de cigarros, según lo que nos relataron dos distintas fuentes como lo pusimos en el reportaje publicado por Expansión.
Caro Quintero ahora es uno de los narcotraficantes más buscados por la DEA. En Estados Unidos anunciaron una recompensa de 20 millones de dólares a quien diera información sobre su paradero. Pero en el momento en que salió de la cárcel en México, no había ninguna orden de extradición pendiente. Nada, según el amparo que lo puso en la calle.
Una tarde antes de regresar a la Ciudad de México, nos reunimos con uno de los abogados que manejó el caso de Caro Quintero. Lo vimos en su casa, en un apartado fraccionamiento de la urbe jalisciense. A Everardo Rojas lo conocía desde finales de la década de los 90 como defensor de los hermanos Amezcua, conocidos entonces como los mayores distribuidores de anfetaminas.
– Queremos preguntarle a Caro Quintero sobre la CIA, las armas, las ‘pistas clandestinas’– le dije al abogado.
– Él no va a hablar de eso– me dijo.
– ¿Por qué?– insistí.
– Ni ahora ni nunca– respondió.