Roberto Mendoza
En México hay muchas personas que están resentidas, no solo el presidente, sino mexicanos que sienten –y no les falta razón– que el país les ha quedado a deber, que las oportunidades no les han alcanzado, que la atención, en general, no les llega y que las soluciones que se han propuesto a lo largo de los años no se adaptan a ellos. Es una parte de la base más poderosa que tiene AMLO.
Son los más pobres de este país y están aumentando. Hoy representan el 43.9 por ciento de la población total, es decir, 55.7 millones de mexicanos; de ellos, 10.8 millones viven en pobreza extrema, 35.7 millones no tienen acceso a la salud; muchos de ellos están en rezago educativo y tampoco tienen acceso a una alimentación nutritiva y de calidad. Todas estas son cifras del Coneval, es decir del propio Gobierno. Por supuesto, no todas estas personas están resentidas, pero sí una gran mayoría y son muy susceptibles de convencer de que hay alguien que tiene la culpa de que ellos no puedan estar mejor.
Es ahí a donde va el discurso del presidente. Su cruzada es en pro del rencor, es a donde van los apodos, las descalificaciones y las mentiras. Es con ellos con los que el presidente pretende ser como un padre, a los que les cuenta la historia a su manera, a los que les asegura que él no es corrupto y que todos los demás políticos sí lo son. A los que busca impactar a diario en sus transmisiones mañaneras, convencer de que la Cuarta Transformación es un cambio verdadero.
La clase media fue un proyecto que se consolidó en los años 60 y 70 del siglo pasado. La idea era impulsar a los hijos a estudiar y buscar una versión mexicana del sueño americano, que todos aspiraran a tener una familia, casa, auto, mascota, vacaciones y diversión. Para lograrlo, la máxima aspiración era tener una carrera universitaria; los universitarios tenían prácticamente asegurado su futuro, pero la competencia se volvió dura y, para el inicio del nuevo siglo, ser universitario ya no era garantía.
Hoy, el Gobierno quiere convencer de que, aunque todos tienen la oportunidad de estudiar una carrera universitaria o incluso buscan la oportunidad de estudiar en el extranjero, quienes así lo hacen pierden su vinculación con la sociedad, se vuelven seres individualistas, aspiran siempre a más y por lo tanto se sienten diferentes a los más pobres; se vuelven corruptos y su deseo es solo ganar dinero y no ayudar a nadie. Un caso con el que pretende ejemplificar esto es el intento de meter a la cárcel a 31 investigadores, supuestamente por un caso de corrupción.
El Estado no puede o no quiere garantizar una buena educación; simplemente hay que ver el abandono en el que están las universidades, empezando por la suyas. Las Universidades Benito Juárez tienen 140 planteles, pero no todos los planes de estudio tienen certificación y validez oficial y además la matrícula ha caído, incluso hay planteles donde podrían estudiar más de mil alumnos y, por ejemplo, en el plantel de Mecatlán, Hidalgo, estudian solo 13. ¿Por qué no se fortalece a la UNAM o a las universidades autónomas estatales en lugar de gastar dinero en planteles donde no hay cátedra certificada ni alumnos?
Andrés Manuel López Obrador no quiere un país con personas mejor preparadas e informadas, porque él sabe que una persona con más conocimientos es más crítica y eso le molesta. Solo le importa seguir en el poder y para eso tiene que seguir convenciendo a los más pobres, incluso aumentar su número para después manipularlos y decirles que puede ayudarlos, no a salir de su pobreza, sino a sentirse cómodos en ella. Ese es su proyecto y su fin: el poder y control del dinero público, a toda costa.