Cuando el 19 de agosto de 2015 el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, cerró los pasos fronterizos con Colombia, especialmente por los departamentos del Norte de Santander y La Guajira, obligó a las autoridades regionales y a la ciudadanía a pedir la apertura, porque se sintieron lastimados en sus patrimonios.
Un año después, el Gobierno de Venezuela abrió el paso peatonal y facilitó que los habitantes de ambos lados de la frontera fluyeran sin contratiempos, especialmente por el deterioro de la moneda y la escasez de alimentos y medicina.
Esa decisión motivó a que un buen número de ciudadanos emigraran a Colombia, por la frontera de Ureña, San Antonio y Maicao, trayendo una buena cantidad de problemas, porque a varios de ellos no les gusta trabajar y buscan alternativas como robar, prostituirse, asesinar o irse a raspar coca al Catatumbo, para buscar recursos para enviar a sus familiares.
Aparte de ello, hay otro grupo que trae diariamente frutas, verduras, aceites y productos enlatados, que venden puerta a puerta en los barrios y que tienen al borde de la quiebra a los comerciantes minoritarios, porque se dan a precios muy económicos y son de buena calidad.
En los últimos días, Nicolás Maduro anunció que tiene medidas especiales para Cúcuta (Norte de Santander) y Maicao (La Guajira), lo que provocó otra estampida de venezolanos hacia estas ciudades y la petición que hubiera resultado extraña dos años atrás de cerrar la frontera es una realidad.
Los habitantes de la frontera residente en Cúcuta no soportan la presencia de más migrantes, por cuanto no han pasado más de 10 minutos de tener la puerta abierta de sus casas cuando empieza el desfile de ellos ofreciendo algún producto u observando que se pueden llevar.
El presupuesto del Gobierno local no alcanza ya para atender las necesidades y se empieza a ver como los recursos escasean.
Mientras tanto el Gobierno central y el mundo no se molesta por lo que pasa y permanece con los ojos cerrados y los oídos sordos. Por favor, ¡cierren la frontera o hagan algo!