Sin dejar de respetar el clásico dicho de que no se debe hablar mal de los muertos, es importante hacer un análisis objetivo y holístico de las obras de un hombre que ha pasado a mejor vida. Esto para que se haga una justa valoración de su legado aquí en la Tierra, sin ensalzar ni ser amarillista. Nadie debe ganar destrozando la memoria de un hombre, pero tampoco se deben crear héroes donde no los hay.
Este 30 de noviembre falleció George H. W. Bush, el 41° presidente de los Estados Unidos, de 1988 a 1982. Los últimos días han estado cargados de la cobertura mediática sobre las formalidades realizadas en su honor, tal y como es protocolario hacer para un expresidente de los EUA. Menciono esto porque la tendencia natural es que en estos momentos todo sea alabanza a sus obras; el propósito de este artículo no es descalificar todo lo hecho, sino solo poner un balance a como recordaremos a este personaje tan importante de nuestra historia moderna.
Por un lado, es innegable que a Bush le tocó ser el líder del mundo occidental en años en los que se cambió radicalmente el escenario geopolítico con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991. Bush logró la migración de un mundo bipolar a un mundo unipolar sin que en la transición se desatarán conflictos bélicos o humanitarios mayores. No fue cosa menor y hay que reconocerlo.
Bush fue uno de los últimos miembros de la llamada ‘Gran Generación’ de los EUA; es decir, aquella generación de combatientes de la Segunda Guerra Mundial y que creían firmemente en la doctrina del excepcionalismo americano, bajo la cual se considera que los EUA son un país excepcional, aun en comparación con todas las demás naciones desarrolladas, y que por ende está llamado a ejercer una influencia de democratización y modernización en los demás países, por las buenas o, cuando se requería, también por las malas. Tal vez en el ejercicio de esta doctrina es en el que sus críticos encuentran sus mayores faltas, particularmente tildarlo como uno de los apologistas de la violencia bélica de los años 90.
Hay una larga lista de las operaciones bélicas llevadas a cabo por el presidente Bush; para muestra, un par de botones. En 1989, bajo la operación ‘Just Cause’ ordenó la invasión de Panamá por más de 10 mil marines para remover del poder a Manuel Noriega. Esta operación fue en general considerada como un gran éxito, clásica operación de buenos vs. malos en la que se liberaba a un pobre país tercermundista del yugo de un dictador corrupto. En 1991, bajo las operaciones ‘Desert Storm’ y ‘Desert Sabre’ se reunieron más de medio millón de tropas aliadas y en conjunto se revertió la invasión de Irak en Kuwait; se invadió, se ocupó Irak y se generó una desestabilización en la zona que sigue hasta nuestras fechas. Los resultados de esta operación no son tan benévolos y este conflicto es el que tal vez mancha de manera más grave la reputación del presidente Bush a nivel internacional. Su resultado es aterrador: alrededor de 35 mil muertos del lado iraquí, menos de 500 entre todas las tropas aliadas, 11 millones de barriles de crudo derramados en el Golfo Pérsico, alrededor de 61 billones de dólares de costo para el gobierno de los EUA en gastos militares, alrededor de 160 billones de dólares para Kuwait y 190 billones de dólares para Irak como consecuencia de la destrucción de la infraestructura de dichos países. En fin, algunas consideraciones para recordar que en este mundo no hay hombres perfectos ni deben ser recordados así.
‘Twilight Zone’… Con el tema de la reticencia de los tenedores de bonos del NAICM a aceptar la recompra propuesta por el Gobierno, parece que, como suele suceder, los mercados triunfarán sobre el poder político del país. Es la terca realidad… esperemos que nuestros dirigentes recapaciten y aprendan la lección.