Roberto Mendoza
Faltan 34 días para que, usted que me lee se decida y vaya a ejercer su derecho de votar por quien usted quiera. Hace dos días vimos el segundo debate, es un parteaguas de esta campaña, el verdadero inicio de una confrontación que no tiene vuelta atrás. Antes de este domingo, había cierta cortesía entre las dos candidatas, incluso al terminar el primer debate Xóchitl había ido a despedirse de Claudia con un fugaz beso en la mejilla, el domingo se rompió la civilidad, se dijeron respectivamente mentirosa y narcocandidata, la candidata de la coalición Fuerza y Corazón por México tocó fibras muy sensibles de su contrincante al enseñar una foto de su ex marido, Carlos Imaz recibiendo dinero, él es papá de su hija y abuelo de la niña que acompañó a la candidata al debate, además de señalar a su mamá.
Ya no hay vuelta atrás, alguna vez fueron amigas, incluso hablaron de trabajar juntas, se buscaron, sus familias se conocieron, tenían quizá no una sólida amistad, pero si puntos de consenso, hoy son dos contrincantes que habían estirado la liga lo más que pudieron para no lastimarse en lo interno, pero el poder es celoso e implacable, no va a permitir que algo de eso quede.
La causa de esta confrontación, de esta lucha campal que tiene rasgos de convertirse en una pelea callejera, es que no hay posibilidad de un pacto que permita una posible transición más o menos tersa entre la llamada cuarta transformación y un posible gobierno encabezado por Xóchitl. La última vez que hubo algo así fue durante la campaña del 2006 que trajo un fortísimo rompimiento entre la entonces llamada izquierda y la derecha, una división profunda que tuvo como primera consecuencia un problemático entuerto en el INE al pedirse que se contara voto por voto y casilla por casilla, después una parálisis de una parte de la Ciudad de México, con un mega plantón que dejó quebrantos para muchos y permitió al candidato perdedor, no sin una dosis de rencor que prevalece hasta hoy, negociar en lo más obscuro una transición que culminó en una toma de protesta caótica, con seis años de una presidencia para muchos deslegitimada, violenta en su afán de dar resultados y aún hoy, denostada.
¿Hay al menos, una alarma en el actual gobierno? Porque en este sexenio hay muchas fallas, evidentes errores administrativos y de control. Existe una displicencia a que no pasará nada, todos los que trabajan -es un decir- en el gobierno están convencidos que habrá continuidad. No hay manera de que en unos meses se acomoden las cosas para que no se destapen y se oculten los abusos, la corrupción y los malos manejos en lo más delicado: el dinero, que hoy nadie sabe, de manera transparente, cómo se usa.
El gobierno no está preparado, ni siquiera ha tomado en serio, la posibilidad de perder la presidencia, pero esta innegablemente existe, al menos en un cálculo matemático probabilístico y quizá haya algunos estudios de este tipo, que muestren que sí puede ser una realidad y eso ha causado ira y frustración. Si no hay un plan de transición ordenada entre el actual gobierno y el de su candidata, si van a entregarle un gobierno en caos y con serios problemas financieros y sociales mucho menos veo un personaje, un guiño, algo que permita abrir una puerta a una transición posible de manera civilizada, bajo los preceptos de una democracia como la que se supone hemos alcanzado, a una candidata de oposición que desde el primer momento, le cerraron la puerta en su nariz y no piensan que pueda vencerlos mediante el poder del voto.
Somos nosotros los que tenemos que empezar a pensar en una transición pacífica, no caigamos en la paranoia, falta un mes de campaña y será intenso, hasta cruel quizá. Si alguien quiere meternos en un peligroso conflicto, no caigamos, nadie quiere, ni debe, confrontarse por unas ideas políticas que pueden ser diferentes en unos años, no caigamos en ningún llamado al odio o a la violencia, no lo merecemos, ni tampoco, nosotros los ciudadanos, lo estamos buscando.
