Mario Maraboto
En su discurso de toma de posesión, AMLO se refirió en 30 ocasiones al sustantivo “pueblo” con expresiones como: “Gobierno rico con pueblo pobre”, “Garantizar al pueblo la salud…”, “El soldado es pueblo uniformado”, “Nuestro pueblo no es flojo”, “El pueblo pone y el pueblo quita”, “estoy preparado para no fallarle a mi pueblo”. Por el contrario, sólo 3 veces se refirió a los ciudadanos: “No tenemos policías para cuidar a los ciudadanos”; “todos estos asuntos se van a consultar a los ciudadanos”, “Se les preguntará a los ciudadanos si quieren que el presidente de la República se mantenga en el cargo”.
A lo largo de los casi seis años de haber asumido el cargo, el presidente invariablemente se ha referido al “pueblo” con la acepción de “población de menor categoría”, “El conjunto de personas ordinarias en oposición a las personas favorecidas económica, social o culturalmente” (RAE). Curiosamente la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos se refiere en varias ocasiones a los pueblos y comunidades indígenas, con una acepción similar, y también, a los ciudadanos.
De acuerdo con el Dr. Mauricio Merino Huerta, en su libro “Gato por liebre: La importancia de las palabras en la deliberación pública” en el que aborda el poder del lenguaje político y cómo se ha pervertido en la 4T, López Obrador ha modificado conceptos como “democracia”, “pueblo” o “participación ciudadana” con efectos de dominio de la población. “El pueblo es presentado en este discurso autoritario como si fuera una sola cosa, se anula la singularidad de cada una de las personas para sumarlas en un todo único, que es encarnado por el líder político”, dice Merino. Referirse al “pueblo” o a “mi pueblo” le es políticamente útil a AMLO para lograr sus perversos fines de transformación; así lo reconoció el enero de 2023: “Ayudando a los pobres (pueblo) va uno a la segura… no es un asunto personal, es un asunto de estrategia política”.
Más allá de ver al pueblo como el conjunto de los habitantes que constituyen un país con gobierno independiente, AMLO ve en el pueblo únicamente a quienes por necesidad o por convencimiento, respaldan sus decisiones; es su famoso “pueblo bueno y sabio”. Para él, el pueblo es una masa subordinada a sus designios y no ve a los ciudadanos como los mandantes que, con nuestros impuestos, le pagamos al mandatario un sueldo por el servicio público que está obligado a dar en bien de todos los ciudadanos del país, no sólo del pueblo.
Lo que ha logrado este presidente es que el pueblo (no los ciudadanos) lo vean como un padre benefactor que se preocupa más por las situaciones materiales de los integrantes de ese pueblo (programas sociales con todo tipo de dádivas monetarias), que por su desarrollo integral. A partir de esa visión, ve al pueblo como el que, en agradecimiento a las dádivas que él le da, está dispuesto a votar por su movimiento.
El pueblo, por su situación, es el que, tristemente, puede ser movilizado para llenar plazas a cambio de una torta, un refresco y una gorra o camiseta; el pueblo son los comerciantes de los tianguis que deben colocar en sus puestos propaganda del partido oficial a cambio de que les permitan instalarse.
El presidente ha “olvidado” por conveniencia que todos integramos el país y que a partir de los 18 años somos identificados como ciudadanos con derechos y obligaciones marcados por la propia Constitución. Los integrantes del pueblo también son ciudadanos y merecen un trato digno. Por si no fuera suficiente, la candidata oficial a la presidencia también se refiere a su “amor al pueblo” con una actitud hipócrita y la mano en su corazón.
Ojalá que la próxima presidenta deje de utilizar al pueblo y le devuelva su dignidad social y moral viéndolos y tratándolos como ciudadanos.