Una sociedad se considera sana cuando cuenta con una cultura que equilibra su economía. Es decir, cuando se tiene un sistema económico capitalista que enfatiza la competencia, el dinamismo y el interés individual, es necesario que la cultura celebre la cooperación, la estabilidad y las relaciones basadas en el compromiso.
Por desgracia, no es lo que tenemos. Nuestra cultura toma los aspectos disruptivos y deshumanizadores del capitalismo y los hace peores. Kathryn Edin, Timothy Nelson, Andrew Cherlin y Robert Francis capturan esta verdad con gran claridad en un artículo titulado “The Tenuous Attachments of Working-Class Men”, publicado en la revista The Journal of Economic Perspectives.
Estos investigadores realizaron 107 entrevistas detalladas con varones de clase trabajadora. Muchos de ellos les dijeron que la economía no les permite ofrecerle a su familia la misma calidad de vida que sus padres les dieron a ellos.
Esta situación ha creado una cultura de ocupación secundaria. Los varones creen que deben tener tres o cuatro trabajos, así que los combinan para lograr tener siempre el equivalente a un empleo de tiempo completo. Uno de los trabajadores, que había estudiado para ser mecánico de diésel, también obtuvo una certificación como barbero y comenzó a cursar un programa de capacitación en producción visual.
Muchos de ellos trabajan en tareas de mantenimiento fuera de nómina. Muchos dejan de trabajar temporadas largas, en las que pasan el tiempo con los amigos y viven de prestado. Algunos tienen sueños empresariales que vistos desde fuera no parecen nada realistas, como vivir de sus ganancias como novelistas o DJ.
A su vida privada le falta tanta estructura como a su vida económica. Muchos de los hombres comentaron que deseaban ser buenos padres para sus hijos y expresar más sus emociones cuando están con ellos de lo que hicieron sus propios padres. Sin embargo, no mencionaron ningún deseo similar con respecto a las mujeres que parieron a esos hijos. Algunos descubrieron que habían sido padres varios años después del nacimiento de sus hijos.
“Casi todos los hombres con los que hablamos consideraban central el vínculo entre padre e hijo; en cambio, la relación con la pareja les parecía más periférica”, escribieron Edin y sus colegas. Naturalmente, si los hombres no desean comprometerse a formar parte de una unidad familiar completa, el papel que desempeñan en realidad en la vida de sus hijos es mucho menos importante de lo que quisieran.