En este contexto, la presencia de Andrés Manuel López Obrador es altamente significativa
Daniel Lizárraga
En la década de los 80 del siglo pasado, cuando cursé la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán de la UNAM, había un par de cosas que recuerdo nítidamente sobre el periodismo. La primera: hay tres cosas que no se tocan: al presidente, al Ejército y a la virgen de Guadalupe. La segunda: el ‘feedback’, la retroalimentación de las audiencias sobre la información emitida por los medios de comunicación es lenta, casi inexistente, difícilmente se puede responder y, mucho menos, en forma inmediata.
Ambas se han desdibujado ante el periodismo actual y, sobre todo, ante la potencia de las redes sociales. Si bien el desarrollo de los profesionales de la información era entonces un futuro prometedor para los estudiantes –La Jornada y Proceso–, lo segundo era absolutamente impensable.
Hoy el ecosistema de los medios es completamente distinto. La vida, en ese sentido, es otra. El ‘feedback’ se da en segundos. El postulado que prevaleció en la mayor parte del siglo pasado quedó hecho añicos. La gente puede cuestionar, protestar o refutar lo que informen los medios de comunicación. Los usuarios dejaron de ser pasivos.
En este contexto, la presencia de Andrés Manuel López Obrador es altamente significativa. En un primer plano, las campañas sucias se empeñaron en poner sobre los ojos de los receptores la idea de que AMLO era un peligro para México, pero eso sucedió en 2006. Esa era intencionalidad de los mensajes de un grupo de empresarios y grupos de la extrema derecha.
Hoy en día, la historia es distinta. AMLO, convertido en presidente, se ha erigido como la persona –el canal en términos de modelos de comunicación– que decodifica los mensajes, no solo el receptor. Él dará la pauta de qué es verdad y qué no. El contexto para su lectura saldrá de su paladar. O, al menos, sembrará una duda, o varias.
Justo por su peso político –un presidente con un amplio respaldo popular– su influencia debería manejarse con cuidado. No solo es determinante en la decodificación de los mensajes. Estigmatiza a los medios de comunicación y a los y las periodistas. Los convierte en arquetipos negativos, es decir, en contra de su movimiento. Lo ha hecho con tal énfasis que estás con él o en su contra.
Quizá porque no quiere o no le conviene, no hace diferencias entre los géneros periodísticos. A columnistas, a los editoriales y los reportajes, así como a las noticias, las mide con la misma vara.
AMLO se equivoca tajantemente respecto al periodismo de investigación. Gracias al esfuerzo de nuevas generaciones –sobre todo mujeres– del 2014 a la fecha, nuestro país se ha convertido en un referente en América Latina. De hecho, este jugó un papel fundamental en las elecciones que lo llevaron a la presidencia.
No tiene prueba al decir que el periodismo mexicano pasa por uno de sus peores momentos. En el periodismo de investigación se nos tiene que exigir que documentemos, es decir, que tengamos pruebas para sostener la hipótesis inicial, no que seamos objetivos. Al periodismo de investigación se nos tiene que pedir que seamos equilibrados, en otras palabras, que recojamos el punto de vista de los implicados o las implicadas, pero no que seamos objetivos.
El periodismo objetivo no existe. Si por objetivo se quiere dar entender que la información debe orientarse a la forma de ver el mundo de AMLO o quienes dirigen la 4T, algo anda mal. Hay amplia bibliografía al respecto. Utilizar la conferencia de prensa mañanera para denostar bajo esta visión torcida del periodismo es grave para México.
Desde luego, él puede dar sus puntos de vista –equilibrio informativo no es lo mismo que derecho de réplica–. Nuestra responsabilidad es el equilibrio, el rigor y mostrar la metodología de cómo llegamos a una revelación, no endulzar los oídos de quienes no quieren escuchar lo que no se apega a su visión del mundo y hacer eso, poner arquetipos, decodificar los mensajes a conveniencia política, no es vivir en democracia; será un abuso de poder.