Roberto Mendoza
El día 4 de septiembre de 2019 nació en Tapachula, Chiapas, el niño mexicano Andrés Manuel López Obrador Nsakala Miguelita. Su mamá, Kumba Nsakala Miguelita, dejó su natal Congo, en África, cuando tenía tres meses de embarazo y se aventuró sola en un peligroso, sinuoso e incierto camino cuyo objetivo era llegar a los Estados Unidos buscando que su hijo tuviera una mejor vida. Kumba creyó que el presidente de México, cuyo nombre lleva su hijo, era honesto y le ayudaría a lograr su objetivo.
La mamá de Andrés Manuel Nsakala tenía esa certeza por la promesa que el 17 de octubre de 2018 hizo el presidente, frente a la inminente llegada de una caravana de migrantes, a quienes les falta una visa de trabajo; unos meses después, el 23 de abril de 2019, el presidente prometió que se protegerían sus derechos humanos. El 17 de enero de 2020, el presidente prometió 4 mil empleos, albergues y atención médica para todos los migrantes, incluso el 23 de marzo de este año prometió que todos serían vacunados contra la COVID.
Los migrantes que vienen ya sea de Sudamérica, Centroamérica, África o incluso de Asia no quieren sufrir en nuestro país ni en ningún otro. Huyen porque su vida está en peligro por la guerra, ya sea civil o generada por las bandas de delincuentes o porque sus oportunidades de vivir incluso de comer en su país son muy pocas. El presidente, al principio de su mandato, les dio un mensaje de brazos abiertos. Hoy las cosas son muy diferentes, los migrantes no son bien recibidos e inclusos son agredidos, sobreviven en lugares donde no hay comida ni servicios sanitarios. Los mexicanos, nosotros, no les ofrecemos trabajo ni ayuda, porque la mayoría no tenemos ni lo uno ni lo otro. Cada día estamos más solos; por eso, son cada vez menos los que miran a algún migrante con simpatía. Hace unos días, el periódico Reforma publicó una encuesta donde los migrantes son vistos como un peligro para nuestros empleos, solo cuatro de cada 10 personas pensarían en darles trabajo y solo dos les darían asilo en su casa.
Estas reacciones se ven fortalecidas por la actuación de los agentes migrantes. Lo documenta Jorge Santibáñez, corresponsal del New York Times en Chiapas: “Los migrantes que intentan ingresar en territorio nacional son perseguidos, golpeados, maltratados e insultados en operativos del INM, la Guardia Nacional y el Ejército… golpean a migrantes cuando ya están en el suelo, con sus hijos en brazos o a mujeres embarazadas…”
Miramos a los migrantes con desconfianza y con miedo. Solo son seres humanos que quieren tener la oportunidad de una vida digna, sin hambre, que quieren trabajar para ganarse su sustento; este Gobierno parecía que lo entendía, pero ahora les da la espalda. De ninguna manera, nosotros como mexicanos estamos en un lugar privilegiado en materia económica, de seguridad, salud o educación; mucho menos somos moralmente superiores; al contrario, estamos más cerca de los problemas que orillan a miles de migrantes en el mundo. No estamos en posición de darles la espalda, de verlos por encima del hombro, porque ellos están enseñándonos una fotografía de un futuro posible, veámonos en el espejo de los desplazados en Zacatecas, Michoacán o Guerrero. Veamos las señales de alarma del desempleo, del desabasto de medicinas y de la mala Administración. Hoy mismo, hay miles de migrantes mexicanos y todavía el Gobierno asegura que las remesas son un triunfo de la 4T. No, es un fracaso. No se sabe dónde está hoy Andrés Manuel Nsakala, si su mama está vacunada contra el COVID, si tienen servicios básicos a la mano, si comen tres veces al día, si tienen trato igualitario… Me parece difícil que así sea; la esperanza es poca para ellos, pero cada día, también, más escasa para nosotros.