Juan 15, 9-17
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena.
Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes, los llamo amigos porque les he dado a conocer todo lo que le oído a mi Padre.
No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”.
Reflexión
En este tiempo de Pascua, la Resurrección de Cristo está en el centro de los textos litúrgicos. Nos invitan a profundizar en la presencia y la acción del Señor resucitado en medio de nosotros. No nos contentamos con afirmar que Cristo venció a la muerte. Nos interesa descubrir lo que esto significa para nuestras vidas.
La doctrina católica nos enseña que vamos a participar de los frutos de la Resurrección en el cielo. Pero esta vida nueva comienza, ya, en esta tierra. El hombre nuevo que todos hemos de llegar a ser, se está gestando, ya, en esta tierra.
¿Cómo se lo reconoce? Se lo reconoce por su nuevo espíritu.
Un nuevo espíritu.
Y ese nuevo espíritu no es otro que el espíritu de amor del cual nos habla Cristo en el Evangelio de hoy: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”.
Ante la gran variedad de preceptos y leyes del Antiguo Testamento, Cristo nos da un compendio, una síntesis breve de todos los mandamientos: EL AMOR es el primer mandamiento, es el espíritu y el fin, es el perfecto cumplimiento de toda la ley.
El distintivo característico del discípulo de Jesús, del hombre nuevo, es el amor al prójimo. Pero ese amor al hermano brota y se alimenta sin cesar de un verdadero amor a Dios.
La ley básica universal.
Y, si nos preguntamos por qué el amor tiene tanta importancia en la vida humana, entonces, San Juan nos da una respuesta breve y clara en la segunda lectura de hoy: “Dios es amor”.
Esto quiere decir que la razón principal de toda obra divina es su amor. Todos los demás atributos, como la justicia o la omnipotencia, se mueven impulsados por el amor.
En último término, quiere decir que Dios lo hace todo POR amor, CON amor y PARA el amor. Por amor, nos creó y, por amor, nos envió al Redentor: “Tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo único” (Jn 3,16). Por amor nos envió al Espíritu Santo. Todos los acontecimientos de nuestra vida, es Él quien, en último término, los quiere, los dispone o los permite por amor a nosotros.
Por eso, dice el Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt que el amor es la LEY BÁSICA UNIVERSAL y Jesucristo, que es el amor de Dios encarnado, representa e interpreta más perfectamente esa ley básica universal. Porque el amor es, durante toda su vida, la gran fuerza que mantiene incesantemente en movimiento todas las energías de su cuerpo y de su alma.
Para nosotros.
Cuando Jesucristo nos pide el amor como el distintivo característico de los que quieren seguirle, entonces, significa: el amor debe convertirse también en la gran ley básica de nuestra vida y de nuestro crecimiento y siempre tenemos muchas oportunidades de vivir eso concretamente. Hay tantos hermanos que sufren por problemas económicos, marginación, pobreza, injusticia, corrupción, enfermedad, soledad y muchos otros males.
La Santísima Virgen.
María, Ella nos enseña que el amor impulsa a ser solidarios y compartir. Ella comparte su vida y sus bienes con José; comparte, con Jesús, su misión; con Isabel, sus quehaceres domésticos; con los novios de Caná, su preocupación.
Su solidaridad interior, en el amor, se ha ido convirtiendo en solidaridad de vida y de bienes, en solidaridad de destinos y tareas, en solidaridad en el trabajo y en la aflicción.
Queridos hermanos, como en María, también en nosotros, la solidaridad debe crecer y expresarse en entrega y servicio eficaz a los demás. Debe llevarnos a ayudar a quienes amamos, a resolver sus problemas de alimentación, de salud, de vivienda, de trabajo. Todo eso profundiza nuestro amor para con los hombres y significa como un anticipo de la comunión perfecta y total en el cielo.
MT