Y, hoy, quisiera empezar por un episodio evangélico de alguna manera emblemático, lo hemos escuchado: la llamada del apóstol Mateo.
La voz del vicario de Cristo
Emprendemos un camino al descubrimiento de la pasión evangelizadora, empezando por las Escrituras y la enseñanza de la Iglesia, para obtener, de las fuentes, el celo apostólico. Después, nos acercaremos a algunas fuentes vivas, a algunos testimonios que han encendido, de nuevo, en la Iglesia, la pasión por el Evangelio para que nos ayuden a reavivar el fuego que el Espíritu Santo quiere hacer arder siempre en nosotros.
Y, hoy, quisiera empezar por un episodio evangélico de alguna manera emblemático, lo hemos escuchado: la llamada del apóstol Mateo. Y él mismo lo cuenta en su Evangelio, en el pasaje que hemos escuchado (cfr. 9,9-13).
Todo empieza por Jesús, el cual “ve”, dice el texto, “un hombre”. Pocos veían a Mateo tal y como era: lo conocían como aquel que estaba “sentado en el despacho de impuestos” (v. 9). De hecho, era un recaudador de impuestos, es decir, uno que recaudaba tributos de parte del imperio romano que ocupaba Palestina. En otras palabras, era un colaboracionista, un traidor del pueblo. Podemos imaginar el desprecio que la gente sentía por él: era un “publicano”, así se llamaba. Pero, a los ojos de Jesús, Mateo es un hombre, con sus miserias y su grandeza. Estad atentos a esto: Jesús no se detiene en los adjetivos, Jesús busca, siempre, el sustantivo. “Este es un pecador, este es un tal para cual…” son adjetivos; Jesús va a la persona, al corazón, esta es una persona, este es un hombre, esta es una mujer; Jesús va a la sustancia, al sustantivo, nunca al adjetivo, olvida los adjetivos. Y, mientras, entre Mateo y su gente, hay distancia -porque ellos veían el adjetivo, “publicano” ―, Jesús se acerca a él porque todo hombre es amado por Dios; “¿También este desgraciado?”. Sí, también este desgraciado, es más, Él ha venido por este desgraciado, lo dice el Evangelio: “Yo he venido por los pecadores, no por los justos”. Esta mirada de Jesús, que es hermosa, que ve al otro, sea quien sea, como un destinatario de amor, es el inicio de la pasión evangelizadora. Todo parte de esta mirada que aprendemos de Jesús.
Podemos preguntarnos: ¿cómo es nuestra mirada hacia los otros? ¡Cuántas veces vemos los defectos y no las necesidades; cuántas veces etiquetamos a las personas por lo que hacen o lo que piensan! También como cristianos nos decimos: ¿es de los nuestros o no es de los nuestros? Esta no es la mirada de Jesús: Él mira, siempre, a cada uno, con misericordia, es más, con predilección. Y los cristianos están llamados a hacer como Cristo, mirando como Él especialmente a los llamados “alejados”. De hecho, el pasaje de la llamada de Mateo se concluye con Jesús que dice: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (v. 13). Y, si cada uno de nosotros se siente justo, Jesús está lejos, Él se acerca a nuestros límites y a nuestras miserias para sanarnos.
Por tanto, todo empieza por la mirada de Jesús “Vio a un hombre”, Mateo. A esto, le sigue -segundo paso- un movimiento. Primero, la mirada: Jesús vio; después, el segundo paso: el movimiento. Mateo estaba sentado en el despacho de los impuestos, Jesús le dijo: “Sígueme” y él “se levantó y le siguió” (v. 9). Notamos que el texto subraya que “se levantó”. ¿Por qué es tan importante este detalle? Porque, en esa época, quien estaba sentado tenía autoridad sobre los otros que estaban de pie delante de él para escucharlo o, como en ese caso, para pagar el tributo. Quien estaba sentado, en resumen, tenía poder. Lo primero que hace Jesús es separar a Mateo del poder: del estar sentado recibiendo a los otros, le pone en movimiento hacia los otros; no recibe, no, va a los otros; le hace dejar una posición de supremacía para ponerlo a la par con los hermanos y abrirle los horizontes del servicio. Esto hace y esto es fundamental para los cristianos: nosotros, discípulos de Jesús, nosotros Iglesia, ¿estamos sentados esperando que la gente venga o sabemos levantarnos, ponernos en camino con los otros, buscar a los otros? No es cristiano decir: “Pero que vengan, yo estoy aquí, que vengan”. No, ve tú a buscarlos, da tú el primer paso.
Una mirada, Jesús vio un movimiento, se levanta y, tercero, una meta. Después de haberse levantado y haber seguido a Jesús, ¿dónde irá Mateo? Podríamos imaginar que, cambiada la vida de ese hombre, el Maestro lo conduzca hacia nuevos encuentros, nuevas experiencias espirituales. No o, al menos, no enseguida. En primer lugar, Jesús va a su casa; ahí, Mateo le prepara “un gran banquete” en el que “había un gran número de publicanos” (Lc 5,29), es decir, gente como él. Mateo vuelve a su ambiente, pero vuelve cambiado y con Jesús. Su celo apostólico no empieza en un lugar nuevo, puro, un lugar ideal, lejano, sino ahí, empieza donde vive, con la gente que conoce. Este es el mensaje para nosotros: no debemos esperar ser perfectos y tener hecho un largo camino detrás de Jesús para testimoniarlo; nuestro anuncio empieza hoy ahí donde vivimos y no empieza tratando de convencer a los otros, convencer no, sino testimoniando, cada día, la belleza del Amor que nos ha mirado y nos ha levantado y será esta belleza, comunicar esta belleza, lo que convenza a la gente, no comunicarnos nosotros, sino al mismo Señor. Nosotros somos los que anuncian al Señor, no nos anunciamos a nosotros mismos ni anunciamos un partido político, una ideología, no: anunciamos a Jesús. Es necesario poner en contacto a Jesús con la gente sin convencerles, sino dejar que el Señor convenza. Como, de hecho, nos ha enseñado el Papa Benedicto: “La Iglesia no hace proselitismo. Crece mucho más por atracción” (Homilía en la misa inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 de mayo de 2007). No olvidéis esto: cuando veáis a cristianos que hacen proselitismo, que te hacen una lista de gente para que vayas… estos no son cristianos, son paganos disfrazados de cristianos, pero el corazón es pagano. La Iglesia crece no por proselitismo, crece por atracción. Una vez, recuerdo que, en el hospital de Buenos Aires, se fueron unas monjas que trabajaban allí porque eran pocas y no podían sacar adelante el hospital y vino una comunidad de hermanas de Corea y llegaron, pongamos un lunes, por ejemplo, no recuerdo el día, tomaron posesión de la casa de las hermanas del hospital y, el martes, bajaron a visitar a los enfermos del hospital, pero no hablaban una palabra de español, solamente hablaban coreano y los enfermos estaban felices porque comentaban: “Buenas estas monjas, buenas, buenas”. Pero ¿qué te ha dicho la monja? “Nada, pero, con la mirada, me ha hablado, han comunicado a Jesús”. No comunicarse a sí mismo, sino, con la mirada, con los gestos, comunicar a Jesús. Esta es la atracción, lo contrario del proselitismo.
(El Papa Francisco se encuentra de vacaciones y, durante el mes de julio, estaremos recordando las audiencias generales del ciclo de catequesis: La pasión por la evangelización del año 2023)