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Encontré la belleza de una Iglesia misionera, “en salida”, en Papúa Nueva Guinea, un archipiélago que se extiende hacia la inmensidad del océano Pacífico.

22 de septiembre 2024

La voz del vicario de Cristo

Hoy, les hablaré del viaje apostólico que realicé a Asia y Oceanía.

Se llama “viaje apostólico” porque no es un viaje de turismo, es un viaje para llevar la Palabra del Señor, para dar a conocer al Señor y también para conocer las almas de los pueblos y esto es muy hermoso.

En Indonesia, los cristianos son aproximadamente el 10 por ciento y los católicos el tres por ciento, una minoría, pero lo que encontré fue una Iglesia viva, dinámica, capaz de vivir y transmitir el Evangelio en un país que tiene una cultura muy noble, proclive a armonizar la diversidad y que, al mismo tiempo, cuenta con la mayor presencia de musulmanes del mundo. En ese contexto, tuve la confirmación de cómo la compasión es el camino por el que los cristianos pueden y deben caminar para dar testimonio de Cristo Salvador y encontrarse, al mismo tiempo, con las grandes tradiciones religiosas y culturales. En cuanto a la compasión, no olvidemos las tres características del Señor: cercanía, misericordia y compasión. Dios es cercano, Dios es misericordioso y Dios es compasivo. Si un cristiano no tiene compasión, no sirve para nada. “Fe, fraternidad, compasión” fue el lema de la visita a Indonesia: con estas palabras, el Evangelio entra cada día, concretamente, en la vida de ese pueblo, acogiéndola y dándole la gracia de Jesús muerto y resucitado. Estas palabras son como un puente, como el paso subterráneo que une la catedral de Yakarta con la mezquita más grande de Asia. Allí, vi que la fraternidad es el futuro, es la respuesta a la anticivilidad, a las tramas diabólicas del odio y de la guerra, también del sectarismo. Existe la hermandad, la fraternidad.

Encontré la belleza de una Iglesia misionera, “en salida”, en Papúa Nueva Guinea, un archipiélago que se extiende hacia la inmensidad del océano Pacífico. Allí, las diferentes etnias hablan más de ochocientas lenguas: un entorno ideal para el Espíritu Santo, al que le gusta hacer resonar el mensaje del Amor en la sinfonía de los lenguajes. No es uniformidad lo que hace el Espíritu Santo, es sinfonía, es armonía, Él es el “patrón”, Él es el jefe de la armonía. Allí, de manera especial, los protagonistas fueron y siguen siendo los misioneros y los catequistas. Me alegró el corazón poder pasar algún tiempo con los misioneros y catequistas de hoy y me conmovió escuchar las canciones y la música de los jóvenes: en ellos, vi un futuro nuevo, sin violencia tribal, sin dependencias, sin colonialismo ideológico y económico; un futuro de fraternidad y de cuidado del maravilloso ambiente natural. Papúa Nueva Guinea puede ser un “laboratorio” de este modelo de desarrollo integral, animado por la “levadura” del Evangelio. Porque no hay humanidad nueva sin hombres y mujeres nuevos y estos solo los hace el Señor. Y también me gustaría mencionar mi visita a Vanimo, donde los misioneros se encuentran entre la selva y el mar. Entran en la selva para buscar a las tribus más escondidas…Un recuerdo precioso este.

La fuerza de promoción humana y social del mensaje cristiano destaca, de forma particular, en la historia de Timor Oriental. Allí, la Iglesia ha compartido el proceso de independencia con todo el pueblo, orientándolo siempre hacia la paz y la reconciliación. No se trata de una ideologización de la fe, no, es la fe la que se hace cultura y, al mismo tiempo, la ilumina, la purifica y la eleva. Por eso, relancé la fructífera relación entre fe y cultura, en la que ya se había centrado San Juan Pablo II en su visita. Hay que inculturar la fe y evangelizar las culturas. Fe y cultura, pero, sobre todo, me impresionó la belleza de ese pueblo: un pueblo probado, pero alegre, un pueblo sabio en el sufrimiento, un pueblo que no solo genera muchos niños -¡había un mar de niños, tantos!–, sino que les enseña a sonreír. Nunca olvidaré la sonrisa de los niños de esa patria, de esa región. Los niños de allí siempre sonríen y son muchos. Ese pueblo les enseña a sonreír y esto es una garantía de futuro. En resumen, en Timor Oriental vi la juventud de la Iglesia: familias, niños, jóvenes, muchos seminaristas y aspirantes a la vida consagrada. Quisiera decir, sin exagerar, que, ¡respiré “aire de primavera”!

La última etapa de este viaje fue Singapur. Un país muy diferente de los otros tres: una ciudad-estado muy moderna, el polo económico y financiero de Asia y no solo los cristianos, allí, son una minoría, pero siguen formando una Iglesia viva, comprometida a generar armonía y fraternidad entre las diferentes etnias, culturas y religiones. Incluso, en la rica Singapur, existen los “pequeños”, que siguen el Evangelio y se convierten en sal y luz, testigos de una esperanza más grande de aquella que los beneficios económicos pueden garantizar.

MT

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