¿Qué nos dice, a nosotros, los creyentes de hoy, el artículo de fe que proclamamos cada domingo en la Misa? “¿Creo en el Espíritu Santo?”. En el pasado, nos ocupaba principalmente la afirmación de que el Espíritu Santo “procede del Padre”. La Iglesia latina, pronto, completó esta afirmación añadiendo, en el Credo de la Misa, que el Espíritu Santo procede “también del Hijo”, dado que, en latín, la expresión “y del Hijo” se dice “filioque”, esto dio lugar a la disputa conocida con este nombre, que fue el motivo (o el pretexto) de muchas disputas y divisiones entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente. Ciertamente, no es el caso de tratar, aquí, esta cuestión, que, por otra parte, en el clima de diálogo establecido entre las dos Iglesias, ha perdido la dureza del pasado y permite, hoy, esperar una plena aceptación mutua como una de las principales “diferencias reconciliadas”. Me gusta decir esto: “Diferencias reconciliadas”. Entre los cristianos, hay muchas diferencias: “Este es de esta escuela, este es de aquella otra; este es protestante, este otro…”. Lo importante es que estas diferencias sean reconciliadas en el amor de caminar juntos.