Anúnciate aquí

¡Dime dónde están las balas!

Foto: iStock
Foto: iStock

Gabriela narra una historia conocida por pocos, pero que después de 15 años y a 9 mil 190 kilómetros de distancia se ha atrevido a compartir Carlos Uriegas “Él era muy celoso y controlador, al grado que no le gustaba que se me acercara nadie. Recuerdo cuando con un grupo de amigos acudimos a un … Leer más

Gabriela narra una historia conocida por pocos, pero que después de 15 años y a 9 mil 190 kilómetros de distancia se ha atrevido a compartir

Carlos Uriegas

“Él era muy celoso y controlador, al grado que no le gustaba que se me acercara nadie. Recuerdo cuando con un grupo de amigos acudimos a un lugar en el que se bailaba salsa, un amigo en común tocó mi hombro. Mi pareja lo vio y se puso muy mal, pues me obligó a que nos fuéramos del bar. Qué mal estaría yo que, de rodillas, le sujeté la pierna para que no se fuera y él me arrastró varios metros por la pista”, narra Gabriela, quien recuerda que, obligada, se subió al coche para abandonar el lugar.

Gabriela es una mujer inteligente, atractiva y preparada, también segura de sí misma y con gran capacidad de caerle bien a la gente. Es una de esas mujeres que no pasa desapercibida. Esta situación incomodaba a su pareja, a tal grado que la controlaba y deshumanizaba.

“Yo me di cuenta de que él me violentaba hasta mucho tiempo después. No pensé que pudiera llegar a tenerle miedo. La verdad yo lo amaba y le decía que no se preocupara, que yo era su mujer y que no tenía razones para celarme tanto. A tal grado dejamos de ver a mis amigos y poco a poco me fui aislando de mi círculo social”, recuerda la mujer que ahora vive en Francia y se dedica a apoyar a mujeres que sufren situaciones de violencia.

“Las agresiones y los insultos iban en aumento y cada que se me acercaba un hombre y me veía, no me bajaba de puta. Me decía: ‘ándale, vete con él. Seguro que te lo quieres coger’. La verdad… me hacía sentir muy mal”, narra Gabriela desde la seguridad que brinda el tiempo y la distancia. Han pasado 15 años de aquella relación, que en apariencia parecía estar bien: una pareja integrada por dos personas inteligentes, preparadas y exitosas en su profesión, con toda una carrera por delante, pero con una carga violenta al interior del departamento que ocupaban en la Ciudad de México, en el que habitaba el miedo y en un cajón se escondía una pistola.

Las agresiones iban en aumento y los cuestionamientos cada vez eran más frecuentes. “La verdad no entiendo cómo es que pude quedarme tanto tiempo en esa relación”, lamenta Gabriela.

“Cuando sentí peligro real fue cuando, tras un pleito fuerte, corrí al departamento y abrí el cajón donde él guardaba una pistola. Yo le quité las balas y las escondí. Cuando él llegó, fue directamente al cajón y sacó la pistola y me gritó: ‘¡¿Dónde están las balas?! ¡Dime dónde están!’”, vociferaba el hombre en un estado alterado, sin saber que la anticipación de Gabriela evitó un desenlace trágico.

Cualquiera pensaría que ella abandonaría la relación ante esa advertencia clara, pero Gabriela no rompió el violento círculo ante el ruego del hombre, quien una vez más prometía que cambiaría, que no sabía qué le había pasado para pensar en tomar la pistola entre sus manos.

Sin embargo, las cosas ya no mejoraron, hasta que ella, apoyada por una amiga, acudió al departamento y, casi con lo que traía puesto y algunas pocas cosas, abandonó el hogar y se fue, no sin volver una noche más, la última que pasaron juntos.

“Me creerías que me volvió a rogar y me pidió que fuera con él a pasar una noche más, que viéramos qué pasaba y yo fui. Fue una noche en la que tuve mucho miedo; prácticamente no dormí ante el temor de que me pudiera hacer algo. Yo pensaba: ‘¿Qué estoy haciendo aquí?’ Él no se movió. Se quedó dormido. No me tocó, pero al día siguiente ya me fui definitivamente. Aún recuerdo la sensación de despertar en la casa de mi amiga, sola, con casi nada, pero con la tranquilidad de que estaba por fin a salvo”, revela Gabriela al narrar una historia conocida por muy pocos, pero que después de 15 años y a 9 mil 190 kilómetros de distancia se ha atrevido a compartir.

Anúnciate aquí

Anúnciate aquí

Anúnciate aquí