Octavio Cárdenas
Hace ocho años leí el libro ‘The Grand Design’, escrito por Leonard Mlodinow y Stephen Hawking. La lectura vino a mi mente anoche, cuando nos enteramos del fallecimiento de físico –y divulgador científico– Hawking.
En el libro tratan de develar el misterio de la creación desde la física cuántica, en franca oposición a la filosofía –y las grandes preguntas filosóficas– e incluso a la religión.
En el libro citado, ambos científicos logran explicar de manera sencilla y amena –incluso un toque de humor–, algunos principios básicos de la física cuántica, como esos detalles de que las ondas se comportan como partículas y viceversa, lo que es ejemplificado como arena de la playa comportándose como el mar.
Conforme el libro avanza, los conceptos de vuelven cada vez más elaborados y profundos, por lo que es fácil que los lectores lleguemos a la conclusión, ciencia y religión –versiones ambas del misterio de la creación y el sentido de la vida– tiene mucho más en común de lo que pensamos, principalmente porque se vuelven “actos de fe”.
Si alguien debería creer en milagros sería el propio Hawking, quien sobrevivió más de cinco décadas a una enfermedad considerada fulminante. Pero él no tomó el camino fácil.
En este libro –como en muchos otros que escribió o en las conferencias que dictó a lo largo de su vida– el científico británico logra descifrar el origen del universo y hasta la existencia de la mítica nada, pero no por qué existimos o la necesidad de un plan maestro creador.
Tengo entendido que Hawking no creía en dios, al menos no como el creador del universo. Tampoco teorizó posible la existencia de un punto donde la fe y la ciencia se cruzaran. Incluso el Big Bang, pensaba, era consecuencia de las leyes –inviolables– de la física, esas mismas que la física cuántica se encargó de voltear.
Hoy, Hawking podría estar frente a una verdad universal y entonces, muy seguramente, le parecería divertido descubrir en qué acertó y en qué falló, pero de ser ciertas sus teorías, hoy Hawking ya no existe, es materia y energía que regresó al universo. Entonces no podemos desearle descansar en paz.
Creo que prefiero su versión y – robándole la idea a Shapley– hoy imaginar a Hawking como polvo de estrellas.