La exposición temporal “Las huellas de Buda”, que se presenta actualmente en el Museo Nacional de Antropología, gira en torno a las 84 mil enseñanzas budistas. Ofrece un recorrido por diferentes tradiciones, mediante piezas que van del siglo I hasta el XIX y que tienen como origen Afganistán, Bangladesh, Camboya, Corea, China, India, Indonesia, Japón, Laos, Mongolia, Myanmar, Nepal, Pakistan, Sri Lanka, Tailandia, Tíbet y Vietnam, lo que brinda una idea completa de las diferentes formas de expresar la espiritualidad a través de piezas de gran riqueza estética.
Pero más allá de su valor intrínseco, esta muestra es también un motivo para adentrarse en los caminos de la naturaleza humana: la búsqueda inminente por encontrarse a sí mismo y el cuestionamiento del sentido de la existencia. La muestra hace reflexionar sobre aquella inquietud que se gesta en lo más profundo del ser y que en algún momento de la vida demanda ponerlo a flote.
Tal vez, como Buda, todos tenemos ese impulso a renunciar a la vida que llevamos y a abandonarnos en lo que verdaderamente importa, pero solo pocos están pendientes de esa voz interior y tienen la fuerza para explorar otras posibilidades. Abandonar el estado de bienestar para zambullirse en la incertidumbre.
El budismo insta a estar alertas y vivir en el presente y desde ahí actuar con decisión y crear futuro. El estado de alerta, en ese sentido, es tan relevante como el prestar oído a la intuición.
No es de extrañar que esta religión haya despertado euforia en los círculos del arte y el pensamiento, sus enseñanzas hacia el autoconocimiento, tamizado por la templanza, la acción precisa, la reflexión y el desapego, entre otros, son elementos de disciplina que cuadran a la perfección con el proceso creativo.
Esta exposición pone de manifiesto el poder que la religión y el arte tienen para revelar y exhibir los misterios de lo humano, para ofrecer un camino hacia el interior de nuestra conciencia y enfrentarnos a un espejo sin deformaciones.