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Antichavismo, desconsolado tras la derrota de Trump

En febrero pasado, Donald Trump recibió en la Casa Blanca al líder opositor venezolano, Juan Guaidó. AP
En febrero pasado, Donald Trump recibió en la Casa Blanca al líder opositor venezolano, Juan Guaidó. AP

La derrota electoral del republicano representa el final de la ilusión de que había una salida instantánea al chavismo Alberto Barrera Tyszka / The New York Times Los venezolanos ya deberíamos estar inmunizados ante las promesas mágicas, como la fantasía de que Donald Trump era el único líder que podía regresar la democracia a Venezuela. … Leer más

La derrota electoral del republicano representa el final de la ilusión de que había una salida instantánea al chavismo

Alberto Barrera Tyszka / The New York Times

Los venezolanos ya deberíamos estar inmunizados ante las promesas mágicas, como la fantasía de que Donald Trump era el único líder que podía regresar la democracia a Venezuela.

El 9 de noviembre, el economista venezolano Federico Alves denunció en su cuenta de Twitter lo siguiente: “Me acaban de botar de la Casa Venezuela de Tampa, organización de apoyo a los venezolanos que llegan sin nada, cofundada por mí hace +10 años, porque apoyo a @joebiden”. Un poco después, para no alimentar una pelea pública, decidió retirar el mensaje de su cuenta. Este ejemplo es tan pequeño como contundente. Muestra de manera perfecta cómo los procesos de polarización se alimentan, propagando la irracionalidad, arruinando las buenas causas y destruyendo las instituciones.

Hay un grupo de venezolanos, algunos con sonora presencia en las redes sociales, que tiene la fantasía de que Donald Trump es, realmente, el único presidente estadounidense que ha hecho algo por el regreso de la democracia a Venezuela. En el actual contexto electoral norteamericano, opinan y se comportan como si Joe Biden fuera el hijo perdido de una perversa relación incestuosa entre Hugo Chávez y Fidel Castro; como si Trump fuera una nueva versión de Rambo III, la única garantía de salvación que nos queda: rápido y furioso, él solito puede liberar a la patria de Bolívar.

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¿De dónde nace esta idea y cómo se sostiene? Después de 4 años en la presidencia, ¿se puede, acaso, decir que la política exterior de Washington ha logrado adelantar alguna solución en el conflicto de Venezuela? ¿Se trata, en verdad, de un enfrentamiento ideológico? ¿Por qué un sector de la oposición venezolana se entrega de manera tan fervorosa a la polarización política de Estados Unidos?

Uno de los elementos más interesantes de todo ese proceso es comprobar cómo algunos venezolanos de oposición han establecido con Donald Trump la misma devoción ciega que otros venezolanos establecieron con Hugo Chávez en la esquina contraria de un supuesto antagonismo político. Las categorías de “derecha” o “izquierda” son inútiles a la hora de analizar este tipo de lazos.

La emoción sustituye a la ideología. Y no cualquier emoción.

Se requiere algo más que un ánimo contenido. Es una concepción que supone que la política es o debe ser un exceso sentimental. Una devoción ciega pero muy vociferante, donde el furor religioso pesa más que los argumentos.
Este tipo de vínculo entre un líder y sus seguidores va más allá de cualquier doctrina. Apela a consignas simples como “ser rico es malo” o “ser socialista es malo”. No importa que digan lo contrario: funcionan como sentencias movilizadoras, agitan los miedos, promueven los resentimientos.

Ofrecen la ilusión de un argumento cuando, en realidad, expulsan el discernimiento del ámbito político. Son relaciones que viven, precisamente, gracias a eso: a la ausencia de racionalidad.

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