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La vida en oposición de Navalni; 2 décadas ideando sacar a Putin

Esperando encerrado el fin del confinamiento, el intransigente líder ruso se encontraba extrañado, su arma más potente, las protestas callejeras, ya no eran posibles Anton Troianovski / NYT No obstante, Navalni sentía que el control del presidente Vladímir Putin menguaba. Operando desde su sala, y no en el elegante estudio en Moscú al que antes … Leer más

Esperando encerrado el fin del confinamiento, el intransigente líder ruso se encontraba extrañado, su arma más potente, las protestas callejeras, ya no eran posibles

Anton Troianovski / NYT

No obstante, Navalni sentía que el control del presidente Vladímir Putin menguaba. Operando desde su sala, y no en el elegante estudio en Moscú al que antes iba, sacó videos en los que arengaba contra Putin porque este no había sabido manejar la crisis del coronavirus y por dejar a los rusos en apuros mientras la economía se debilitaba. La audiencia de los videos de Navalni en YouTube se triplicó, a 10 millones de espectadores al mes, lo cual confirmó su corazonada de que la pandemia podría convertirse en un catalizador político.

“Putin no puede con toda esta locura, y se ve que está totalmente fuera de su elemento”, dijo Navalni en una entrevista por Zoom en mayo. “Seguimos dándoles donde más les duele”.

Navalni, de 44 años, es metódico e intransigente, y ha pasado casi la mitad de su vida tratando de derrocar a Putin. Suelen tacharlo de grosero, brusco y de ser una persona hambrienta de poder, incluso otros críticos del Kremlin dicen eso de él, pero persistió mientras que otros activistas de la oposición retrocedieron, emigraron, cambiaron de bando, fueron apresados o asesinados. La lucha se fue volviendo más personal, pues lo que estaba en juego para Navalni y su familia, así como para el presidente Putin y toda Rusia, aumentaba cada año.

Pero con su valiente regreso a Rusia el verano pasado luego de sobrevivir a un intento de asesinato que contaba con el visto bueno del Kremlin –y con una condena larga en prisión casi segura— ha sido transformado: Navalni ya no es un tábano social, ahora es un símbolo internacional de la resistencia a Putin y la élite del Kremlin, el líder de un movimiento de oposición que está creciendo.

“Está preparado para perderlo todo”, dijo el economista Serguéi M. Guriev, un confidente de Navalni que huyó a Francia en 2013 luego de sufrir coacción por parte del Kremlin. “Eso lo hace diferente a todos los demás”.

Ahora Navalni mismo se encuentra tras las rejas, pues este mes fue sentenciado a más de dos años en prisión por violar su libertad condicional en una condena por malversación de fondos de 2014, que el máximo tribunal de derechos humanos de Europa había estimado que tenía una motivación política.

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Pero incluso bajo custodia ha sabido aprovechar el momento. A los dos días de su aprehensión en un aeropuerto de Moscú el mes pasado, su equipo de trabajo sacó un reportaje sobre un supuesto palacio secreto que Putin mandó construir; el video fue visto más de 100 millones de veces en YouTube. Dos semanas después, desde la cabina de vidrio en la que se sientan los acusados en el Tribunal Municipal de Moscú, Navalni predijo que tarde o temprano los rusos se alzarían y prevalecerían en contra de Putin, “un hombrecito ladrón”, porque “no puedes encarcelar a todo el país”.

Que la predicción de Navalni se haga realidad depende en parte de si otros activistas rusos anticorrupción, a muchos de los cuales él ha criticado, permanecen unidos mientras su voz se desvanece. Una encuesta independiente encontró que si bien 80 por ciento de los rusos había sabido de las protestas que arrasaron el mes pasado pidiendo su liberación, solo el 22 por ciento aprobaba que se hicieran.

“Putin y su régimen han pasado millones de horas de trabajo fortaleciendo su poder”, escribió Navalni el año pasado al criticar a algunos de sus pares activistas por no trabajar lo suficiente. “Solo los venceremos si invertimos decenas de millones de horas de trabajo”.

Navalni rara vez ha rehuido la confrontación o se ha dejado amedrentar por el aparato de seguridad del Kremlin. En los últimos años, un activista pro-Putin le arrojó un producto químico de color verde esmeralda a la cara, lo que casi le costó la vista de un ojo; su hermano menor cumplió una condena de 3 años y medio en prisión en un caso que se consideró un castigo contra Navalni; además estuvo a punto de morir en el envenenamiento del año pasado, pues estuvo varias semanas en coma.

Mientras tanto, creaba una audiencia de millones de personas en las redes sociales y una red nacional de oficinas regionales, un logro sin precedentes en un país dominado por los servicios de seguridad que le deben obediencia a Putin.

“Sentía que todos los demás debían sentir lo mismo que él siente”, dijo Evguéni Feldman, un fotógrafo moscovita que le ha dado una amplia cobertura a Navalni. “Irradiaba ese enojo”.

Navalni, hijo de un oficial del Ejército Rojo, creció en los ochenta en ciudades militares cerradas a las afueras de Moscú, un mundo alejado del fermento intelectual y político que se apoderó de la capital en los últimos años de la Unión Soviética. Su padre despreciaba el régimen soviético, y su madre, una contadora, se convirtió en una temprana devota del partido liberal Yábloko en los años noventa, a pesar de sus resultados electorales siempre desastrosos.

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De niño, odiaba que le dijeran lo que tenía que hacer. Su madre, Liudmila I. Navalnaya, recordó en una ocasión que cuando se metía en problemas con su profesor, se negaba a ir a la escuela al día siguiente, y decía: “No quiero que nadie me obligue a aprender”.

Estudió derecho y finanzas, trabajó como abogado inmobiliario y se unió a Yábloko en 2000, el año en que Putin fue elegido presidente por primera vez. Buscó maneras de organizar la oposición popular al Kremlin en un momento en que los partidos de la oposición establecidos empezaban a desempeñar solo un papel teatral en el sistema político coreografiado de Putin, conocido como democracia dirigida.

Pronto empezó a enfocarse en la corrupción del círculo íntimo de Putin como la raíz de todos los males de Rusia. Era una especie de denominador común político. ¿Quién, después de todo, está abiertamente a favor de la corrupción?

Se organizó para frenar lo que denominaba proyectos de construcción ilegales en Moscú, moderó debates políticos y creó un programa de radio. Compró acciones de empresas estatales, para usar su posición como accionista para forzar la divulgación de información, y en un blog muy leído en los círculos financieros de Moscú criticaba a los magnates que apoyaban a Putin.

También se unió a los mítines celebrados por grupos nacionalistas rusos que presentaban a los rusos blancos y étnicos como víctimas de la inmigración procedente de Asia Central, mientras el gobierno federal ampliaba la ayuda financiera a las regiones pobres y predominantemente musulmanas del Cáucaso.

Uno de los primeros eslóganes de Navalni era: “¡Deja de alimentar el Cáucaso!”. Yábloko lo expulsó en 2007 por sus actividades nacionalistas.

Sin embargo, una decana de la clase liberal de Moscú, la presentadora de radio y editora de revistas Yevguénia M. Albats, acogió a Navalni bajo su protección. Su nacionalismo, según ella, era un esfuerzo por acercarse a los rusos resentidos y empobrecidos que los liberales de Moscú solían ignorar. Las personas cercanas a él dicen que ya no alberga sus antiguas opiniones nacionalistas.

“El trabajo de un político es hablar con los muchos que no comparten tus opiniones, tienes que hablar con ellos”, explicó Albats en una entrevista telefónica desde Cambridge, Massachusetts, donde es una becaria sénior en la Universidad de Harvard.

Navalni también empezó a ser franco sobre su meta última: ser presidente.

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“No peleaba contra la corrupción, estoy seguro de ello”, dijo Dmitri Dyomushkin, uno de los aliados nacionalistas de Navalni en la primera década del nuevo siglo. “Peleaba por el poder”.

El Kremlin hizo todo lo posible por amordazar a Navalni con un hostigamiento constante, pero nunca lo reprimió del todo, tanto para evitar convertirlo en un mártir como para ofrecer una vía de desahogo a los descontentos de la sociedad. Ese enfoque parece haber sido ya descartado en favor de una mayor represión; la televisión estatal, que durante mucho tiempo ignoró a Navalni, dedica ahora largos reportajes a pintarlo como un agente de Occidente.

Además de la condena por malversación de fondos en 2014, Navalni soportó muchas humillaciones menores, recuerda Albats, la presentadora de radio: entre ellas una vigilancia omnipresente que destruyó su privacidad y la crueldad gratuita de confiscar el querido iPad de su hija. Dice que el apoyo, la resistencia y la convicción de su esposa, Yulia B. Navalnaya, lo ayudaron a seguir adelante. Y su lucha contra Putin se volvió cada vez más personal.

“Él tenía una elección: permanecer en la política, y seguir causándole problemas a su familia, a la familia de su hermano, sus padres”, dice Albats. “Desde luego que eso hace que tu corazón se endurezca”.

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