Nos enorgullezca o no, para aquellos que formamos parte de la generación que solía sintonizar a Raúl Velasco los domingos y a Chespirito y Jacobo Zabludovsky entre semana, la televisión constituyó durante muchos años el eje pivotal de nuestros ratos de ocio.
La televisión actual no canta mal las rancheras, pues cuenta aún con numerosos y fieles seguidores, sobre todo entre la clase trabajadora. Prueba de ello es el éxito que le ha significado a Televisa la reciente transmisión de la serie “Por siempre”, una dramatización de la vida de Joan Sebastian, a quien la propia televisora ha canonizado como “el poeta del pueblo”.
Con dicha serie, Televisa hizo suya una idea que previamente le redituó pingües ganancias a TV Azteca: la telenovelización de la vida de Juan Gabriel, uno de los héroes consentidos de la cultura popular, por medio de la serie “Hasta que te conocí”, exitosamente presentada en canal 13.
Sin embargo, sin restarle crédito a las victorias pírricas que representaron las series antes mencionadas, lo cierto es que los grandes públicos han ido migrando poco a poco a Netflix y otras nuevas formas de consumo mediático. Por muy interesante que sean las vidas de Juan Gabriel y Joan Sebastian, los espectadores se hallan ahora en pleno control de decidir cuándo y cómo ver lo que quieren ver, sin depender de nadie.
Así como somos ahora testigos de los primeros pasos del omnipotente Netflix, creo que sería el momento oportuno para preguntarse qué tan diferentes fueron los primeros pasos de la televisión en nuestro país.
En un libro reciente, la historiadora de medios, Celeste González de Bustamante aborda a profundidad el tema. Nos hace ver, por ejemplo, que el inicio formal de la televisión en México se remonta al 1º de septiembre de 1950, cuando se transmitió el cuarto informe de gobierno del presidente Miguel Alemán Valdés por XHTV, canal 4.
El propietario de la primera estación televisiva era el empresario Rómulo O’Farrill, dueño también de Novedades, a la sazón uno de los diarios capitalinos más populares. Con gritos y fanfarrias, O’Farrill escribióese día en su periódico: “Hoy es un día de fiesta para México, pues hoy nuestro país será el primero en América Latina en contar, para ventaja y beneficio de sus habitantes, con el invento más importante en los tiempos modernos: la televisión”.
¿Por qué Alemán Valdés le otorgó la primera concesión a O’Farril y no a Emilio Azcárraga Vidaurreta, pionero de la radio y entonces propietario de la XEW, la estación radiofónica más potente de Latinoamérica? Por una razón muy sencilla: porque O’Farril era uno de sus cuates más cuates (digamos que O’Farril era tan cercano al presidente Alemán como Alfredo Castillo, el vilipendiado mandamás de la Comisión Nacional del Deporte, lo es con el presidente Peña Nieto). Las malas lenguas especulaban incluso que el verdadero dueño del canal 4 era el propio Alemán y que su compinche O’Farril no pasaba de ser su prestanombres.
Curiosamente, la segunda concesión televisiva tampoco le fue otorgada a Azcárraga, sino al ingeniero Guillermo González Camarena, con XHGC, canal 5. González Camarena, quien por cierto inventó la televisión a color, inició las transmisiones de su canal en agosto de 1950.
Azcárraga Vidaurreta hubo de esperar hasta enero de 1952 para recibir la tercera concesión, cuando Televimex empezó a operar XEW-TV, canal 2, cuyos estudios se ubicaban en Televicentro, en la avenida Chapultepec de la Ciudad de México.
La televisión oficial surgiría seis años después, en 1958, cuando el presidente Adolfo Ruiz Cortines otorgó un permiso al Instituto Politécnico Nacional para operar el canal 11. Tristemente, casi 60 años después la televisión cultural le ha hecho a la televisión comercial lo que el viento a Juárez y muy pocos la ven. Y si no, te reto lector/lectora a que me menciones un solo programa transmitido por ese canal.
Si bien desde los primeros años se pasaban por televisión los partidos de fútbol y las corridas de toros, la audiencia era sumamente reducida aún, no porque a la gente no le atrajera el medio sino porque los aparatos televisores eran exageradamente caros. Para nuestra fortuna, los mexicanos nunca hemos sido faltos de ingenio y aquellos que no podía comprarse su televisión pronto encontraron la manera de no perderse los encuentros futbolísticos y los toros: se congregaban en grandes números frente a los aparadores de las tiendas para religiosamente verlos. (Continuará)
Referencias bibliográficas: González de Bustamante, C. (2015). “Muy buenas noches”: México, la televisión y la guerra fría. México: Fondo de Cultura Económica.
(*) Doctor en Comunicación por la Universidad de Ohio y Máster en Periodismo por la Universidad de Iowa