Mark Zuckerberg compareció ante el Senado de Estados Unidos. De dicha comparecencia aprendidos dos cosas:
A cambio un un simple test de personalidad, 265 mil usuarios entregaron su información. A través de ellos, se accedió a la información de 87 millones de usuarios, quienes no dieron su consentimiento expreso, aunque quizá también habrían accedido sin muchos reparos. El meollo, creo, está en que dicha información fue utilizada, entre otros fines, para crear y presentar noticias falsas, lo que sí suena más malvado.
Entre los 87 millones de personas involucradas figuran 780 mil mexicanos. Según el Channel 4 News, del Reino Unido, una consultora operó en México mediante la aplicación pig.gi y lo hizo por el PRI, lo que suena más terrible aún.
Esto es, más menos, lo que se sabe. A partir de ello expongo dos temas para su reflexión.
Por un lado, tenemos la supuesta guerra sucia contra Gilberto Herrera, candidato de Morena al Senado, quien denunció que le bajaron su perfil del ‘feis’, porque va que vuela para la Cámara Alta. No dudo de su poder convocador de masas, pero sí de su entendimiento de la red social, pues basta violar las normas–no un campaña en su contra– para que le bajen el switch. En su caso, tenía una página personal, cuando lo que corresponde es una ‘fan page’. De hecho, en ese caso, el propio filtro de Facebook pudo detectarlo e inhabilitarlo. Aunque no debe sentirse mal, los senadores estadounidenses mostraron un desconocimiento igual o mayor, durante la comparecencia de Zuckerberg.
El otro punto a reflexión puede resultar más escalofriante y menos anecdótico. La red social nació en 2004 y lanzó su versión en español en 2007. Es decir, contiene la vida completa de jóvenes que hoy tienen entre 11 y 14 años, a quienes nadie les preguntó si querían compartir las fotos de sus primeros baños, sus ridículos al aprender a caminar o sus videos ominosos peleando con su propio reflejo en el espejo. Sus orgullosos padres lo decidieron por ellos y, como aclaró Zuckerberg, Facebook no olvida.
Quizá es momento de detenerse a revisar lo que entendemos por privacidad… o simplemente revisar como nos veríamos de fuéramos del género opuesto o a qué famoso nos parecemos.