El color es la tecla, los ojos los martillos, el espíritu el piano con sus tantas cuerdas. El artista es la mano que, al tocar una u otra tecla, pone a vibrar automáticamente el espíritu.
Vasily Kandinsky nació en Moscú en 1866, pero por la influencia que tuvo en el arte abstracto del siglo XX, es un pintor que prevalece y, que de alguna manera, todavía se inserta en la actualidad.
Es de los pocos artistas que además de realizar obra pictórica hizo disertaciones teóricas. En “De lo espiritual en el arte” formuló una concepción del arte abstracto. Quizá, su formación en derecho y economía, le exigía materializar sus ideas a través del lenguaje escrito, no olvidemos que a los 30 años abandona esta profesión y decide dedicarse por completo a la pintura. Puede ser que también por ello, su trabajo parezca bien organizado y estructurado, y sea fácil identificar algunas de las influencias determinantes en su obra.
Después de estudiar en la academia de artes plásticas de Munich, Kandinsky viajó a los centros artísticos más importantes de Europa para conocer lo que estaba ocurriendo en el terreno del arte, se percibe demasiada urgencia por recuperar el tiempo y sumergirse por completo en lo que ocurría en ese momento.
En París, fascinado por los fauvistas –quienes estaban agitados por la intuición y la inmediatez y centrados en la experiencia– conoció el uso provocativo del color. Con los impresionistas entendió las posibilidades infinitas que el instrumento cromático ofrece para incidir en los efectos inconscientes de la naturaleza interna.
Otro aspecto particular son las reminiscencias a su patria, a través de motivos folklóricos plasmados con un aire místico. Y sin duda, está presente la música, parte fundamental de la cultura rusa y de sus cuadros, que elaboraba como si se tratara de una composición musical.
No obstante, a pesar de que varias huellas son evidentes en su obra, Kandinsky logró un estilo auténtico. Su pintura, llena de plenitud, equilibrio y dinamismo, conduce a él mismo. Es una orquestación única.