Las insinuaciones de una posible intervención militar en Venezuela para sacar al presidente Nicolás Maduro de su cargo motivó la reacción de la población de las zonas fronterizas, para rechazar una confrontación.
La intervención sería la consecuencia de una decisión equivocada de los políticos que no pierden nada y ganan muchos y ponen en peligro la integridad física de un sector de la geografía de la población fronteriza y serviría de detonante para que Maduro tuviera un motivo para desatar una guerra, salvar su pellejo y aparecer como un valiente suicida o incluso un mártir.
Es obvio que la República Bolivariana requiere de la asistencia humanitaria para conjurar la crisis económica motivada por la hiperinflación; la falta de recursos, medicinas, alimentos y la inseguridad, pero el precio que pagarían venezolanos y colombianos sería muy alto y degradante todo porque los mercaderes de la guerra o de la muerte quieren vender parte de sus stocks de armas.
La magnitud de la crisis es tal que el sueldo de un empleado solo alcanza para comer dos días y en los 28 días viven de las remesas que envían sus familiares que están en otros países.
Ante la crisis sanitaria los relatores de la ONU Dainius Puras, Michel Forst, Philip Alstony y Rosa Kornfeld-Matte, y Soledad García, integrante de la CIDH, pidieron al gobierno de Nicolás Maduro actuar de manera urgente para movilizar recursos y aceptar la cooperación internacional, algo que según él no existe.
Como si lo anterior no fuera una razón suficiente hay otro aspecto que ya empezó a difundir el régimen populista de Nicolás Maduro y es que las potencias imperialistas encabezadas por Donald Trump, presidente de Estados Unidos, se quieren tomar a su país para quedarse con el petróleo como hicieron con otros países.
Fomentar una guerra entre Colombia y Venezuela sería un craso error porque tanto un país como el otro tienen una historia en común de más de dos siglos y provocaría un daño superior. El susto persiste porque el polvorín puede estallar cualquier día.