El FBI está trabajando en el caso.
La agencia está investigando las acusaciones de que el nominado a la Corte Suprema Brett Kavanaugh participó en conductas sexuales inapropiadas —que incluyen una agresión sexual y una posible violación— cuando estaba en el bachillerato y la universidad.
No obstante, me atormenta la idea de que nada de lo que hagamos ahora hará que nos recuperemos totalmente o incluso lo suficiente del tremendo daño que ya se hizo tanto por la forma en la que el Senado ha enfrentado esas acusaciones como por la cobertura que les han dado los medios.
Hemos dañado seriamente la confianza de los sobrevivientes de abuso sexual, en particular de abuso sexual infantil, para acercarse a las autoridades y hablar abiertamente de lo que les ocurrió.
Al mismo tiempo que el ejemplo de la acusadora Christine Blasey Ford ha inspirado a un sinfín de víctimas a sentirse empoderadas y compartir su trauma en todo tipo de foros, la manera en la que su valentía ha sido recibida con condescendencia, desprecio y hostilidad en el Senado ha hecho que muchos sobrevivientes tengan la sensación de que el poder no será comprensivo con su revelación; se le considerará una afrenta y un ataque.
El mensaje que los miembros republicanos del Comité Judicial del Senado dieron a los sobrevivientes, principalmente a las mujeres, pero también a muchos hombres, es este:
Su dolor no es nuestro problema. Sus cuerpos no les pertenecen. Su voz, incluso cuando hablen con la mayor firmeza, sigue siendo más débil que la de cualquier hombre, sin importar lo lloriqueante o insidiosa que sea. Estamos aquí para proteger el orden, un orden antiguo, en el que los hombres mandan, incluso cuando sean indisciplinados y depravados.
Les dicen a los sobrevivientes: su palabra y su credibilidad pueden ser todo lo que tengan, pero no son suficientes para que se les crea. Les dicen que puede que el miedo y el trauma hayan hecho que guardaran silencio ante la conmoción, pero al final, se les castigará por ese silencio. Les dicen que el hecho de que los sobrevivientes, incluidos los niños, no hayan denunciado ni documentado adecuadamente su victimización se considerará después no como una evidencia de miedo y vergüenza, sino como evidencia de invención y engaño.
“¿Por qué nadie llamó al FBI hace 36 años?”, preguntó Trump en Fox News. ¿Pueden imaginárselo? A una chica de 15 años, que está batallando para procesar una agresión sexual, con el aplomo, la compostura y los medios para buscar el contacto adecuado del FBI en la era previa al internet y denunciar algo de lo que pocas personas se atrevían a hablar en aquellos días.
Estos senadores les están diciendo a los adolescentes lo siguiente:
Pueden beber cerveza como si fuera agua y les creeremos cuando digan que se acuerdan a la perfección de toda su vida a pesar de eso. Pueden escribir todo tipo de cosas horripilantes y condenatorias en su anuario y que varias personas los acusen de abuso sexual y a pesar de ello los aclamaremos como un parangón de integridad y les diremos frente a todos que “no tienen nada de qué disculparse”, como el senador Lindsey Graham dijo a Kavanaugh durante la audiencia.
Lo que esos senadores nos están diciendo a todos nosotros es que, para ellos, el patriarcado y el privilegio ocupan lugares de primacía en este país. Y, cuando esa primacía está bajo amenaza, es perfectamente razonable que los afectados gimoteen y se indignen ante la posibilidad de que se les niegue eso que se merecen, por ser un beneficio derivado de un derecho de nacimiento y de su género.
En lo que respecta a los acusadores de un abuso sexual, costaría trabajo encontrar a una más capaz y amable que Ford. Es una catedrática que habló sobre la agresión sexual antes del nombramiento de Kavanaugh y quien además a decir de todos quería permanecer en el anonimato. Obligada por su propio sentido de patriotismo, por fin se presentó y relató su historia con gracia y compostura ante la mirada de millones de estadounidenses.
Los senadores, incapaces de desacreditar su credibilidad de manera categórica y recelosos de exponer su insensibilidad y desprecio, optaron en cambio por un paternalismo condescendiente. Lloraron lágrimas de cocodrilo y dijeron, con voz entrecortada, que Ford era una víctima, sí: no de Kavanaugh, sino más bien de los demócratas en el Comité. Para ellos, de algún modo ella era, sin saberlo, un títere en el juego de los demócratas para mancillar y, de hecho, destruir el nombre de un buen hombre.
Esto subestimó y denigró en todas las formas posibles la acusación muy real y creíble que hizo Ford y opacó la increíble valentía que requiere una persona para comparecer ante ellos si realmente les hubiera pasado algo.
En otras palabras, los republicanos en el Comité le dieron palmaditas en la cabeza mientras le escupían la cara.
Y, de algún modo, todavía tenemos el descaro de fingir asombro ante el hecho de que las víctimas no denuncien un ataque de inmediato, en lugar de guardárselo un año, décadas o toda una vida.
Las víctimas no hablan por autoridades como los republicanos en el Comité, que se mofan y se burlan de ellas, incrédulos.
Así como Ford abre la puerta con un chirrido y empodera a otros a salir a la luz y denunciar sus historias, los republicanos en el Comité se apresuran a cerrarla con fuerza y asegurarse de que se quede así con hostilidad, de ser necesario.
Exigen que los sobrevivientes vuelvan a temblar de miedo.