Julieta Díaz Barrón
Un profesor de Harvard reporta que un objeto interestelar podría ser una nave enviada por una inteligencia extraterrestre: ¿le creemos o no? Un periodista exitoso de la prestigiosa revista alemana Der Spiegel publica una serie de reportajes sobre el fenómeno Trump, la migración y temas relacionados que conmueven a sus lectores: ¿le creemos o no?
Quizás para la mayoría de nosotros es más o menos fácil saber que es mentira que Hillary Clinton adoptó un bebé extraterrestre (sí, es una nota que se publicó una vez…) o que nunca anduvo un mapache rodando sobre un cocodrilo, pero también es cierto que si se trata de la declaración de un científico de Harvard o de un periodista multipremiado, tenderemos a creerles. Pues bien, en el centro de esa duda, de esa frontera porosa entre a quién o qué creer es en donde reside el centro de la operación de las noticias falsas.
Hay quienes se escudan en decir que noticias falsas las ha habido siempre. Pero eso no nos resuelve el problema. Hay quienes hasta proponen tomar cursos de “identificación de noticias falsas”, pero imagínense si cada lector tuviera que hacerlo para que no le vieran la cara. Hay otros que le han pedido al gobierno que intervenga, sin sopesar que debajo de tal pretensión se esconde una petición entonces de censura. Creo que esas tres soluciones pueden ser caminos sin retorno y quizás sin fin.
Propongo, en cambio, devolver la mirada a un par de cuestiones básicas en la comunicación: ¿quién dice qué? ¿cómo lo dice? ¿para qué lo dice? Los contenidos altamente emocionales suelen ser rápidamente compartidos antes de ser leídos. Los contenidos altamente “reveladores” también. Creo que el primer paso para ser lectores críticos es hacerle un par de preguntas a los textos noticiosos. Dudar siempre es sano. Hasta del New York Times, de un profesor de Harvard o de un alemán multipremiado. Éste es un primer paso. En siguientes entregas podemos conversar de otros pasos, razonables, que nos pueden ayudar a enfrentar este fenómeno tan contemporáneo.