Roger Cohen
Un amigo me envió un video de BBC Escocia de Jay Lafferty, una comediante escocesa, que resume la situación del brexit casi tres años después de que el Reino Unido votó a favor de abandonar la Unión Europea:
“Así que la forma en la que lo entiendo es que el Parlamento ha dicho no al acuerdo de Theresa”, dice la comediante, en referencia a la primera ministra del Reino Unido, Theresa May. “Y le dijeron que no al no acuerdo, pero algunos de ellos dijeron que sí al no acuerdo pero no al acuerdo de Theresa, pero no fueron tantos como los que dijeron que no al no acuerdo y al acuerdo de Theresa, pero de hecho no tienen un acuerdo propio, lo cual es un gran problema porque sin un acuerdo entonces es más probable que el no acuerdo sea el acuerdo que se acuerde y la gente que quiere el acuerdo no puede estar de acuerdo con eso”.
O, como me lo explicó Tom Baldwin, director de comunicaciones de la campaña de People’s Vote (que se puede traducir al español como “El voto del pueblo”) a favor de que haya un segundo referendo sobre el acuerdo final del brexit: “El problema con el brexit no es Theresa May. El problema con el brexit es el brexit”.
Aquí estamos. El brexit no se puede llevar a cabo porque no tiene sentido, sin importar los esfuerzos dispersos de la primera ministra ni sus ofertas de renunciar. Puedes embaucar a la gente, pero no si les das tres años para reflexionar sobre cómo los embaucaste antes de hacer aquello por lo que los embaucaste.
Los británicos en realidad no pueden seguir adelante con algo que disminuirá sus ingresos, los hará más pobres, les hará perder empleos, mermará la inversión, expondrá su mercado a acuerdos comerciales en los cuales no tendrán voz, y —algo que es solo una ocurrencia tardía— conducirá a la separación del Reino Unido.
No pueden, incluso si el presidente Donald Trump llama a la Unión Europea “brutal” mientras envuelve al amable Kim Jong-un de Corea del Norte en un abrazo amoroso. Vivir también es pensar dos veces. Eso es lo que el Reino Unido está haciendo, confrontado por su decisión más importante en décadas.
La prórroga de la fecha límite para la salida del Reino Unido otorgada por la Unión Europea, que originalmente era para el 29 de marzo, hasta finales de octubre me parece que es el comienzo del fin del brexit. Todavía puede ocurrir, pero por primera vez las posibilidades de que ocurra no sobrepasan un 50 por ciento.
El impulso está en el campo del “Nos quedamos”. Más de seis millones de personas han firmado una petición a favor de permanecer en la UE. Hace poco, un millón de personas participaron en una manifestación. Los que apoyan el brexit están desertando. Nick Ferrari, un influyente locutor de radio, anunció este mes que había cambiado de opinión. “Simplemente quedémonos, por dios, y pasemos a otras cosas”, dijo. “Ya basta”.
La prórroga evitó el brexit desbarrancado por el que se pronunciaban los de mano dura del Partido Conservador, cuyas exigencias absolutistas se han asegurado de que el “acuerdo” (que en realidad es una chapuza para dar largas) propuesto por May nunca haya tenido posibilidad alguna. Dio lugar a un periodo de reflexión de seis meses durante el cual puede suceder cualquier cosa. Es probable que la mayoría sea enemiga del brexit.
El costo de esta locura está comenzando a hacerse patente. Como Martin Fletcher preguntó en The New Statesman: ¿alguien realmente cree que el Reino Unido habría optado por irse de haber sabido que el resultado sería un “país suplicante, burlado, humillado y plagado de conflictos”?.
Ahora bien, muy seguramente el Reino Unido votará en la elección del Parlamento Europeo en mayo. El electorado que está a favor de un Reino Unido europeo aparecerá en multitud, mientras que el electorado que está a favor del brexit estará más inclinado a guardar silencio. Una encuesta reciente sugiere que el Partido Laborista de oposición está a la delantera de los conservadores con una cómoda ventaja, pero ese apoyo se erosionará si el partido no respalda en su manifiesto un segundo voto sobre la membresía a la Unión Europea.
Será difícil ver un voto pro-Europa en el Parlamento Europeo como algo más que un calibrador del sentimiento británico cambiado y el sustento para un segundo referéndum.
Mientras tanto, May seguirá tratando de encontrar un acuerdo que funcione. La negociación con el Partido Laborista es su última apuesta. Los laboristas quieren una unión aduanera con Europa como parte de un brexit blando, una idea que es execrable para los conservadores de mano dura. También es un mal acuerdo debido a que el Reino Unido seguiría formando parte de todos los acuerdos comerciales de la UE sin tener voz ni voto sobre estos.
Las negociaciones probablemente se vayan a pique. Los conservadores podrían tratar de sacar a May para favorecer a un partidario de la mano dura como Boris Johnson. Pueden obligar a que haya una elección general. Cualquiera que sea el caso, se están viendo heridos y debilitados.
Peter Oborne, excomentarista político en jefe de The Daily Telegraph, también cambió de opinión. En un artículo que llamó mucho la atención, escribió recientemente: “Me he podido dar cuenta, aunque he sido un miembro convencido del Partido Conservador a favor del brexit, de que la salida del Reino Unido de la UE será un desastre tan grande para nuestro país como lo fueron los sindicatos extremadamente poderosos en los sesenta y los setenta”.
Tras un devastador análisis de los efectos económicos paralizantes del brexit, Oborne habló sobre la separación del Reino Unido. “No había logrado entender”, escribió, “cómo la UE es parte del pegamento que nos mantiene a todos unidos en el Reino Unido”.
Escocia quiere permanecer en la unión. Irlanda del Norte no quiere una frontera dura con la República de Irlanda, que forma parte de la Unión Europea. Una frontera intrairlandesa abierta fue el pilar del Acuerdo del Viernes Santo de hace 21 años. Para decirlo sin rodeos, en ausencia de la influencia compensatoria y benévola de la UE, las tensiones internas en el reino desunido pronto llegarían a un punto de quiebre.
Esto también ha quedado claro. Ese redondo y cautivador agujero negro, donde todo desaparece como un sueño, sería una buena última morada para el brexit.
The New York Times