Después de todo, las “noticias falsas” eran verdaderas. Una potencia extranjera hostil intervino en las elecciones presidenciales, con la esperanza de instalar a Donald Trump en la Casa Blanca. La campaña de Trump estuvo al tanto de esta intervención y la acogió con los brazos abiertos. Además, una vez en el poder, Trump intentó bloquear cualquier investigación relacionada con el tema.
Ni qué decir de los intentos para darle la vuelta a esta historia y convertirla en algo que no cuadrara con algunas de las definiciones de colusión u obstrucción de la justicia. El hecho es que el residente de la Casa Blanca traicionó a su país. Y la pregunta que todo el mundo se está haciendo es qué harán los demócratas al respecto.
Sin embargo, hay que destacar que la pregunta solo involucra a los demócratas. Todo el mundo da por hecho (de forma correcta) que los republicanos no harán nada. ¿Por qué?
Porque el Partido Republicano de la actualidad no tiene ningún problema con vender a Estados Unidos si es lo que se necesita para recortar los impuestos de los ricos. Tal vez los republicanos no lo consideren en esos términos, pero su comportamiento así lo demuestra.
La verdad es que el Partido Republicano enfrentó su prueba decisiva en 2016, cuando casi toda la élite republicana se alineó detrás de un hombre famoso por ser un autoritario en potencia que no estaba capacitado moral, temperamental ni intelectualmente para ocupar un cargo tan alto.
En su escalofriante libro “How Democracies Die”, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt llaman a esto “la gran abdicación republicana”. La disposición del partido para respaldar un comportamiento que habrían tachado de traicionero si lo hubiera mostrado un demócrata tan solo es más de lo mismo.
Levitsky y Ziblatt aseguran que, cuando los políticos tradicionales abdican de su responsabilidad ante un líder que amenaza la democracia, suele ser por una de dos razones. Ya sea porque creen de forma equivocada que puede ser controlado o porque están dispuestos a seguirle la corriente en vista de que la agenda del líder coincide con la suya: es decir, creen que les dará lo que quieren.
En este punto, es difícil imaginar que alguien aún crea que Trump puede ser controlado. No obstante, está cumpliendo con la agenda de la élite republicana, sin duda mucho más de lo que cualquier demócrata lo hubiera hecho.
El punto clave es que los republicanos están comprometidos con una agenda política que es muy impopular. Por un amplio margen, el pueblo estadounidense cree que las corporaciones y los ricos no pagan una cantidad justa de impuestos.