En la víspera de la Guerra de Irak en 2003, el primer ministro británico Tony Blair, durante una sesión conjunta del Congreso, habló sobre la misión de política exterior de Estados Unidos
Thomas L. Friedman
En la víspera de la Guerra de Irak en 2003, el primer ministro británico Tony Blair, durante una sesión conjunta del Congreso, habló sobre la misión de política exterior de Estados Unidos: “En alguna pequeña esquina de este inmenso país, por Nevada o Idaho, o alguno de esos lugares que nunca he visitado pero a los que siempre he querido ir”, dijo Blair, “hay un hombre que vive su vida de lo más feliz, ocupado en sus cosas, y les pregunta a todos ustedes, dirigentes políticos de esta nación: ‘¿Por qué yo, por qué nosotros y por qué Estados Unidos?’ La única respuesta que podemos darle es: ‘Porque el destino te puso en este lugar y en este momento históricos, y es la tarea que te toca’”.
El mensaje de Blair todavía es correcto en cuanto al papel que el destino ha puesto sobre los hombros de Estados Unidos pero, después de tantos años, también se ha hecho evidente que muchos estadounidenses ya están cansados de desempeñarlo.
Tras casi cuatro décadas de política exterior basada en el objetivo de “contener” a la Unión Soviética, y otras dos dedicadas a “extender” la esfera de la democracia por todo el mundo con el enorme exceso de poder que Estados Unidos gozó después de ganar la Guerra Fría, los estadounidenses ansían un descanso. El presidente Donald Trump no está equivocado en este punto.
Sin embargo, el trabajo del presidente es encontrar el punto de equilibrio entre el deseo perfectamente comprensible de los estadounidenses de dejar de llevar a cuestas todas las cargas y resistir a todos los enemigos para garantizar la supervivencia de la libertad, y la realidad de que los intereses y valores estadounidenses todavía requieren su presencia en distintas partes del mundo de manera sostenible.
Claro que hay que considerar que, para tener una presencia sostenible, se requieren por lo menos tres medidas: hacer distinciones precisas, aprovechar a nuestros aliados y amplificar las islas de decencia. Por desgracia, Trump violó todos estos principios en Siria.
Para empezar, Trump y el Ejército estadounidense no hicieron ninguna distinción entre el EI en Irak y en Siria, porque Trump y el Pentágono pusieron la guerra contra el terrorismo en piloto automático.
¿Cómo? Después del surgimiento del EI en Irak y Siria en 2014, fue lógico que Estados Unidos asumiera la misión de ayudar a destruir al EI en Irak.