Han pasado 30 años desde la caída del muro de Berlín, donde un continente dividido se unió
4 Noviembre 2019
Roger Cohen
Han pasado 30 años desde la caída del Muro de Berlín. Una guardia abrió de golpe una puerta, el imperio soviético se rindió, más de 100 millones de personas en Europa Central y del Este fueron liberadas, un continente dividido se unió y se anunció el fin de la historia.
¿Qué nos dieron las tres décadas posteriores al 9 de noviembre de 1989? Se redujo la pobreza. Se prolongó la esperanza de vida. Se terminaron las fronteras para la interacción humana. La inteligencia artificial comenzó a hacer cosas inteligentes. China ascendió, al igual que el nivel del mar. Estados Unidos, bajo ataque y herido, intentó manejar un declive y, al final, con una frustración salvaje, eligió a un estafador lengua larga para que ocupara el cargo más alto en el Gobierno. La historia no terminó después de todo y abrió paso a una nueva ola de nacionalismo, nativismo y xenofobia.
El agua es el nuevo petróleo. Los datos son el nuevo plutonio. El clima es el nuevo Armagedón. El discurso de 1990 sobre la inevitabilidad de un mundo democrático liberal se convirtió en predicciones de un mundo de autócratas respaldados por Estados de vigilancia que han surgido gracias a la tecnología. Ha quedado demostrado que es imposible que las empresas tecnológicas no hagan el mal. El mejor de todos los mundos posibles fue aplazado una vez más. Joachim Gauck, el pastor luterano y activista anticomunista de Alemania del Este que luego se convirtió en el presidente de una Alemania unida, fue quien mejor capturó las ilusiones y esperanzas destrozadas de 1989: “Soñábamos con un paraíso y nos despertamos en Renania del Norte-Westfalia”.
Por supuesto que Renania del Norte-Westfalia no está mal, pero en nuestra era política polarizada del todo o nada, “no está mal” suele significar “no es tan bueno”. En la competencia de las palabras olvidadas, el acuerdo mutuo compite con la habilidad política.
Cambiaron grandes cosas, y pequeñas también. Mi deslucido equipo de futbol, el Chelsea, se hizo de un dueño de la oligarquía rusa y, con sus miles de millones, comenzó a ganar trofeos.