Hill prosperó en el país que la adoptó y sirvió a tres presidentes como experta en Rusia
Roger Cohen
Como estadounidense naturalizado nacido en Reino Unido, me pareció que el testimonio de Fiona Hill en las audiencias de impugnación de esta semana fue un poderoso recordatorio de lo que hace grandioso a Estados Unidos y de cómo el presidente Donald Trump ha dado un porrazo a “su papel como faro de esperanza para el mundo”.
Así es como el padre de Hill, Alfred, minero de carbón desde los 14 años, siempre vio a Estados Unidos. Quería emigrar del condado de Durham en el norte de Inglaterra, pero no pudo ir en busca de la nueva oportunidad que su hija encontró, porque su madre “había quedado incapacitada debido al trabajo arduo”. Para Hill, las posibilidades en Estados Unidos contrastaban con los prejuicios británicos. Su “muy marcado acento de la clase trabajadora” habría “obstaculizado mi avance profesional” en la Inglaterra de los 80 y los 90, dijo al Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes. Ese mismo acento caló hondo entre los republicanos que hablan pomposamente.
Hill prosperó en el país que la adoptó y sirvió a tres presidentes como experta en Rusia y las exrepúblicas soviéticas, incluida Ucrania. Fue la principal experta en Rusia y Europa en el Consejo de Seguridad Nacional de Trump hasta su renuncia en julio. Fue devastador escucharla vapulear a los republicanos sinvergüenzas, sin nombrarlos, que han adoptado un “discurso ficticio” propagado “por los mismos servicios de seguridad rusos” según el cual Ucrania, y no Rusia, atacó las instituciones democráticas estadounidenses en 2016. “Está más allá de toda controversia”, declaró, que Rusia fue la potencia extranjera que hizo eso “de manera sistemática”.
Moscú tuvo éxito, sugirió Hill. “Nuestra nación está siendo destruida. La verdad puesta en entredicho. Nuestro servicio exterior altamente profesional y experto está siendo socavado”. Rusia no tiene otro objetivo más que destruir la fe que tienen los estadounidenses en su democracia.