Sin respetar las formas, la presunción de inocencia y el debido proceso, el presidente ha condenado ya públicamente a los involucrados en el escándalo de los sobornos de Odebrecht y, por el contrario, exoneró a su hermano Pio
Arturo Cerda/Columnista
El Presidente Andrés Manuel López Obrador se ha erigido como el gran jurado nacional. Sin respetar las formas, la presunción de inocencia y el debido proceso, ha condenado ya públicamente a los involucrados en el escándalo de los sobornos de Odebrecht y, por el contrario, exoneró a su hermano Pio.
Lo que conocemos hasta hoy del caso Lozoya podría ser suficiente para darnos una idea de cómo se manejan algunos negocios y arreglos en las cúpulas del poder. No obstante, el titular del Poder Ejecutivo debería ser el primero en respetar las leyes, ser cauto e institucional, antes que expresar su opinión en una cuestión de orden penal.
Algo similar reveló el video que tiene como coprotagonista a David León, extitular de protección civil, (quien no vio venir el huracán mediático con la exhibida que le dieron). Es muestra de que entre los allegados a López Obrador, hay quienes se han hecho de recursos de forma irregular y otros, que manejan el arte de la grabación clandestina para tener constancia de actos ilegales para situaciones posteriores.
Es verdad que las cantidades que se manejan son muy distintas, pero los presuntos ilícitos son los mismos, lo que de fondo los hace iguales. Para el presidente, lo que hicieron Lozoya y asociados es corrupción, lo que hizo su hermano, según explicó, recaudación de aportaciones.
La situación ya ha sido analizada por expertos en materia electoral. Todo les indica que hubo un delito en ambos casos. No hay forma de justificarlo de otra manera. Dinero que no proviene del financiamiento público o de aportaciones personales reguladas en la ley, son recursos de procedencia ilícita.
Con todo respeto, no es válido tener dos varas para calificar a unos y a otros, menos cuando se detenta el poder máximo del país, peor aun cuando todo está insertado en la lucha electoral y, al menos en apariencia, debería guardar la apariencia de imparcialidad. El presidente ha tenido como una de sus banderas no mentir, no robar y no defraudar al pueblo. Al menos, una de esas máximas no se cumple del todo.