Roberto Mendoza
Andrés Manuel López Obrador cumple mañana (1 de diciembre) tres años de ser presidente de México. Desde hace más de 18 años ya tiene un lugar en la historia; fue un luchador de muchas causas y un enorme crítico de muchas decisiones políticas erróneas, pero aún no se puede saber cómo lo calificaremos como presidente.
Estamos a la mitad de su mandato y lo que sí podemos decir es que será recordado como el presidente que más nos ha polarizado. No es un hombre de mayorías en plural, sino de una mayoría que quiere aplastar lo que considera, de manera soberbia, muchas minorías, entre ellas la clase media, los estudiantes, los llamados científicos, las personas que están en una organización de la sociedad civil, las personas que de alguna manera han sido escindidas administrativamente de su Gobierno como los enfermos, sobre todo los niños con cáncer por los que, debido a la urgencia de obtener sus tratamientos, los padres han exigido, incluso en las calles, una atención que no llega.
No son los únicos; no están todas las mujeres ni los campesinos que han perdido sus tierras por alguna obra o los que no han sido integrados a alguno de sus programas sociales. En ese universo de los no integrados tampoco están todas las personas con discapacidad, madres solteras, estudiantes de bajos recursos, personas que viven en municipios muy alejados y gente en pobreza extrema. Los censos de la 4T siempre se han quedado cortos.
El presidente nunca ha tomado, en su totalidad, las riendas del poder, lo que ha hecho es crear la percepción de que tiene poder, porque él no sabe cómo se gobierna de manera administrativa, no entiende la técnica jurídica, legislativa, financiera ni económica; no sabe de estrategia para combatir al crimen. Incluso no sabe cómo sortear una crisis.
Todo 2020, año de la más grave pandemia en el mundo, tuvo la gran oportunidad de demostrarse como un gran estadista, pero no pudo implementar una estrategia exitosa de salud pública, económica ni política. En junio del año pasado, todo el país estaba en semáforo rojo; con algo de dinero, de medicinas y de oxígeno podría haber ayudado a toda la población. Los siguientes seis meses fueron de muerte y destrucción de negocios y patrimonios. Hoy tenemos en el país casi 300 mil muertos oficiales, el doble si comparamos cifras, y lo que se prevé es que haya otras variantes que posiblemente hagan que la economía se colapse más. ¿Podremos confiar en que el presidente ahora sí será solidario y generoso?
El pasado lunes el presidente promulgó un decreto que vuelve a demostrar que es un mandatario sin conocimiento de los alcances que pueden tener sus actos administrativos, que gobierna por impulso, en base a lo que le dicen, entiende y cree. Es un rehén de las personas que supuestamente lo asesoran y lo aconsejan. ¿Alguien le dijo al presidente el alcance de este decreto?, ¿que esto lo pone en la puerta de las dictaduras?, ¿que este acuerdo propiciará un México corrupto? ¿Alguien le dijo que quizá la Suprema Corte dé marcha atrás a este decreto? De cualquier forma, el daño ya está hecho.
Muchas veces ha dicho que quiere pasar “humildemente” a la historia como el mejor presidente de México. Habrá millones que así lo consideren, pero habrá otros que lo consideremos no el peor, porque aún no nos ha llevado a una guerra, aunque el número de muertos por el crimen hace pensar otra cosa, pero sí el torpe con iniciativa más autoritario, el soberbio más crédulo y el presidente abiertamente más rencoroso de la historia.