Daniel Lizárraga
Ahora que se han tomado de nuevo precauciones, no alarmas, ante ómicron, la nueva variante de la COVID-19, y que el fin de año está a unas horas, pienso en lo que se ha llevado esta pandemia: reuniones aplazadas y lejanía de lugares de esparcimiento, pero quizá lo que más nos ha dolido es la partida de seres queridos o cercanos. No podíamos imaginar a quiénes nos llegaría la infección con síntomas leves y a cuáles se los llevaría para siempre.
La dimensión de la tragedia que nos ha tocado vivir, a veces, se disuelve ante el ímpetu de recuperar la vida de antes. La preocupación por los tiempos que vienen, a veces, la hemos convertido en puntas de lanzas para defender o atacar, según sea el caso, a servidores públicos. Los momentos de remanso, como estas fiestas decembrinas, abren espacios a la reflexión. Una pausa para mirar hacia atrás, a quienes se atoraron en el camino.
No es alarma, pero sí hay que estar alertas, dicen desde la Organización Mundial de la Salud (OMS). EN México, no sé si la gente en las calles dejó de creer en lo que anuncian los epidemiólogos o prefiere no escuchar nada. El tráfico es atroz; los centros comerciales, por reventar. En las dos terminales del aeropuerto no es sencillo dónde localizar estacionamiento libre. En el metro, el metrobús y en los autobuses se viaja apretujado en las horas pico; la mayoría llevan mascarillas, pero la sana distancia no existe.
En la radio continuamente hay reportes sobre lo que sucede en Europa: cierre de negocios, restricciones para moverse. En Estados Unidos cientos de vuelos cancelados, los pilotos, las aeromozas y la gente de tierra han sido víctimas de ómicron; antes hubo recortes de personal por las anteriores olas de la pandemia.
En México, pareciera que algo pasa, pero no es tan alarmante. En el Gobierno de López Obrador, así como en los estados, incluyendo la capital del país, han tomado las cosas con aparente calma. Digo aparente porque en otras naciones han hecho público el temor fundado de que esta nueva variante sudafricana de la COVID-19 desborde los hospitales. Es imposible saber qué sucede en las oficinas y en los pasillos del Palacio Nacional ante el panorama en el extranjero.
Una tercera vacuna, un refuerzo protege contra la variante ómicron. En México así lo han reconocido ya las autoridades. ¿Tendremos vacunas suficientes? ¿Habrá que reabrir los hospitales COVID-19? Es difícil atinar. México no es Europa. México no es Estados Unidos. Vamos, México está lejos de Chile, el país latinoamericano más avanzado en la inmunidad de rebaño.
México es un país donde millones de personas tienen que moverse para comer. Si la economía se detiene de nuevo, esto podría significar un desastre. Lo inquietante es cómo nos comportamos. Salimos a las calles con la mascarilla colocada –a veces de mala manera– como si la pandemia fuese algo que ya sabemos manejar; le hemos perdido el miedo. Quizá solo recodaremos que existe cuando el virus de nuevo toque a nuestras puertas o, mejor dicho, se cuele hasta nuestros círculos más cercanos. En otras naciones ya adoptan medidas emergentes. En México seguimos bajo la nueva normalidad.