En la ‘Divina Comedia’, el genio italiano Dante Alligheri inició por el infierno
Daniel Lizárraga
Imperdible. Tremendo. Lectura incómoda. Estremecedor. Relato honesto. Crónica que sacude al ejercicio periodístico. Brillante. Imperdible. El horror de narrar la violencia. Lo mejor que leerán sobre periodismo en los últimos tiempos. El valor de la ética. Un librazo…estas han sido algunas de las reflexiones en redes sociales entre quienes hemos leído ‘Los muertos y el periodista’, escrito Óscar Martínez, jefe de información de El Faro, y publicado por la editorial Anagrama. Seguramente hay más expresiones de estas y también llegarán otras, como una lluvia incesante. No es para menos, agregaría. No todos los días un reportero que ha cubierto por más 15 años la violencia en una de las esquinas más violentas del mundo, El Salvador, enfrenta a sus demonios. “Casi me he quedado loco con eso”, me dijo recientemente el autor.
En la ‘Divina Comedia’, el genio italiano Dante Alligheri inició por el infierno. Carlos Martínez nos habla de sus bajos fondos; qué sintió, qué no pudo escribir, cómo vivió esos días un reportero que se gasta los zapatos en las calles ante la exigencia de explicar las masacres, la necesidad de contar la historia de cuerpos destazados, el estrés de proteger a sus fuentes y la rabia de mirar esa realidad en primera fila. Tres párrafos de Oscar Martínez:
- “(…) Mis seis fuentes, apaleadas hasta sangrar, fueron liberadas sin cargos esa misma noche, como todos los demás. Volvieron a sus tugurios y sus familias también, pero confiaban en que nosotros estábamos dispuestos a protegerlas hasta donde pudiéramos. El periodismo es el cuarto poder, dicen. Ese día fui como el vigésimo”.
- “(…) Entendí en estos años que muchos policías están hartos de ser autoridad de día y víctimas de las pandillas cuando en las noches vuelven a sus casas en zonas marginales controladas por la Mara Salvatrucha 13 o el Barrio 18. Policías de base y pandilleros pertenecen al mismo estrato social, de la mitad para abajo. Habitan los mismos barrios”.
- “(…) La pandilla no ofrece salario, ofrece darte una posición diferente en este mundo. Como le ocurrió en los 80 a José Antonio Terán, que buscaba dejar de ser el jovencito que huyó de una cruenta guerra civil, que anhelaba un trabajo como indocumentado, pero terminó queriendo ser el Veneno de Fulton (y siéndolo) un temido pandillero. Cuando alguien no puede ser nada bajo ciertas reglas, busca ser alguien bajo otras reglas”.
En una presentación de ‘Los muertos y el periodista’ en la librería Rosario Castellanos, en la Ciudad de México, pregunté al autor sobre la estructura de sus relatos. Él no dilato mucho en responder: “no hay ninguna”. Al paso de los días me he dado cuenta de que hice una pregunta fuera de lugar porque el libro es una catarsis; palabras que salen de lo que no podemos decir por darle siempre peso a la veracidad de las historias, de hacernos a un lado, en la medida de lo posible, para dejar quienes lean las crónicas sientan que, de alguna manera, fueron llevados a los lugares de los hechos.
En una entrevista con El País, el escritor alemán Michael Ende dijo por qué no pensaba en una estructura antes de soltar la pluma sobre las páginas en blanco: “Eso es precisamente lo que intento evitar al precio que sea: hacer un plan. Cuando escribo, pretendo descubrirme a mí mismo. Elaborar un plan significaría introducir en el libro lo que ya sé. Mi método consiste en dejarme guiar solo por imágenes. Si no hago trampas, acabo por darme cuenta de que cada historia tiene una lógica interior y que no puede desarrollarse de otro modo. Es cierto que eso exige una gran concentración que me conduce a veces al borde de la locura”.
“El desorden es método”, escribió Óscar Martínez. Un libro sin estructura previa que no puede dejarse de leer porque emana de una profunda reflexión sobre algunos principios que nos hemos mantenido sin cuestionar como periodistas:
- “(…) Nuestro trabajo no es estar en el lugar indicado a la hora indicada. Ese es el trabajo de los repartidores de pizza o de los trenes. Nuestro trabajo no es decir cosas. Nuestro trabajo son otros verbos: entender, dudar, contar, explicar, desvelar, revelar, afirmar, cuestionar. Ninguno de esos verbos se alcanza solo con lo que sale de la boca de un policía tras un ‘enfrentamiento´. Pero tantos parecen aceptarlo con tanta normalidad”.
- “(…) Un instante. Una frase. Un detalle. Lo que buscabas por meses. Lo que escribiste de diferentes formas en tu libreta. Las entrevistas que hiciste. Las gestiones para llegar. Los exabruptos mesiánicos de ron. Las noches interrumpidas, cuando a las 4:13 de la madrugada te despierta una clave peregrina que crees que acabas de descubrir en una revelación hipnagógica. Las horas que le robaste a tu hija. La cena donde plantaste a tus padres. La decepción constante. Las alegrías efímeras. El miedo en el camino. La obsesión. ‘Los periodistas deben perseguir la historia como animales rabiosos’, dijo Hersh. Los animales rabiosos están irritados todo el tiempo.
- “(…) El mejor oficio del mundo, dijo García Márquez. No jodás, le respondería con mucha admiración. El mejor oficio del mundo será otra cosa: un ebanista encumbrado, un cocinero célebre, un mecánico televisado, un malabarista de fama mundial, un actor porno sin traumas, un autor de guías turísticas, un peleador sin contusión cerebral, un catador de marihuana. Creo que ser periodista no es el mejor oficio del mundo. Eso ya es un eslogan. No lo repitan, cuestiónenlo (…)”.
Óscar Martínez es como un boxeador que se enfrenta a sí mismo. Ambos peleadores están en el centro del cuadrilátero. Es el último asalto y, cansados, ambos agotados, con la fuerza que les queda, tiran los últimos golpes. Los lectores estamos en primera fila.