Hemos hablado del impacto negativo que tienen las redes sociales al imponer estándares de belleza, de éxito, de estilos de vida casi imposibles de cumplir.
Estudios han demostrado la tendencia a la depresión sobre todo en adolescentes, valorándose por “likes” y sintiendo frustración por no cumplir los estándares mencionados.
Un 40% de los estudiantes de secundaria aseguran haberse sentido tan bajos de ánimo que la tristeza les impidió desarrollar sus actividades normales de estudio o deporte durante al menos dos semanas, según la última edición del estudio bienal Encuesta de Comportamiento de Riesgo entre los Jóvenes, elaborado por los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades. La tendencia es mayor entre las niñas: un 57%, o casi tres de cada cinco, declara sentirse “triste o desesperanzada de manera persistente”, la cifra más alta en una década. Un 30% de ellas reconoce haber pensado en el suicidio, un porcentaje que ha crecido en un 60% en los últimos 10 años.
Pero esta frustración no se da solo en jóvenes ni tampoco solo por las redes sociales; relaciones personales que no prosperan por idealizar a la pareja, metas que no se cumplen, gobernantes que decepcionan todo el tiempo, en resumen, altas expectativas.
Como ejemplo, cada 3 y 6 años que se presentan los comicios, ponemos toda nuestra esperanza en discursos que prometen solucionar todo y en poco tiempo. Todo. Esperamos a él o la salvadora que va a cambiar las circunstancias de un país hundido en la injusticia, en la inseguridad, la desigualdad, la pobreza. Votamos por quien habla mejor, es bien parecido (a) o tiene el discurso que toca las fibras de los vacíos, de las carencias. Y ¡oh sorpresa! Cuando llega al poder el mismo gobernante se da cuenta de que no puede cumplir lo que prometió (o desde el discurso ya lo sabía) y comienza la rabia y la frustración cíclica que nos tiene sumidos en un círculo vicioso del cual no saldremos si seguimos con las expectativas tan altas, sin poner de nuestra parte, sin aterrizar en la realidad.
Es fundamental analizar con detenimiento y cuestionar a las y los candidatos sobre las promesas de campaña. Exigir más respeto hacia los votantes con proyectos viables y soluciones reales, pero insisto, la elección es un acto de corresponsabilidad, no tiene toda la culpa el que miente, sino también el que le cree. El que espera soluciones mágicas sin mover un dedo más que el de su voto (y eso que no todos lo hacen, en 2018 hubo una participación del 62% de votación en las elecciones presidenciales, ¿y el 38% restante dónde está?) entonces terminamos por decepcionarnos, por frustrarnos.
No podemos esperar que alguien más venga a darnos todo lo que necesitamos, debemos hacer nosotros la parte que nos corresponde. Es como esperar que la pareja nos de la completa felicidad y llene nuestros vacíos. Es demasiado peso para el otro, recuerda: cuando idealizas algo o a alguien lo estás condenando a decepcionarte.