Yamile David
No, no me malentiendan. Creo firmemente en la lucha para garantizar los derechos de las mujeres. Creo en el grito agudo para lograr la igualdad de condiciones, el respeto, la seguridad, los espacios.
Pero hoy, parte del feminismo se ha radicalizado, y nada radical puede ser bueno.
Me gusta cantar a todo pulmón las canciones de banda, me gustan algunos temas de reguetón. Me gusta cuando un hombre tiene atenciones conmigo; abrir la puerta del auto, acercar la silla en el restaurante, su protección y cuidado. ¿Es necesario? No, no lo es. Pero es bonito. Igual de bonito que un amigo o familiar te de un regalo, un apapacho, un cumplido y en eso no hay diferencia entre de quien viene, hombre o mujer.
Lo he dicho, hombres y mujeres no somos iguales, desde la obviedad de lo fisiológico hasta lo emocional, pero justo en esas diferencias están nuestras fortalezas.
El hombre NO es el enemigo, el enemigo es el poco entendimiento de la naturaleza y valor de la mujer, la educación arraigada, las costumbres del patriarcado que muchas mujeres han fomentado.
Cada día, hombres y mujeres nos estamos separando más y ese no debiera ser el objetivo. El objetivo es entendernos, respetarnos, impulsarnos, acompañarnos.
Es cierto que la condición masculina resulta más cómoda al tener tantos privilegios, pero indudablemente también sufren (y en silencio) porque no se permiten demostrar su vulnerabilidad por las imposiciones del estereotipo de macho alfa -que por siglos- se les ha impuesto.
Hace unos días alguien me dijo (acertadamente) que estamos viviendo en un péndulo, nos hemos ido al extremo. Pudo ser necesario para por fin visibilizar y actuar, darle a la mujer el lugar que le corresponde, el problema es que el hombre tiene que encontrar ahora el suyo, ambos debemos hacerlo.
El tema da para muchas columnas más, pero por lo pronto permíteme insistir en que para lograr la igualdad debemos lograrlo CON los hombres, no en contra de ellos.