El crimen y la sensación de amenaza, sea real o no, afectan la forma en que la población se relaciona con su entorno. Un ejemplo de esto se observa cuando los padres y madres de familia prohíben salir a sus hijas e hijos a jugar en las calles, parques o plazas por miedo a los secuestros… también cuando evitamos salir a deshoras o caminar por lugares oscuros y poco transitados por el riesgo de ser asaltados… cuando rodeamos ciertos puntos de la ciudad por temor a ser víctimas de la intimidación, la agresión, actos violentos… y, como estas, un largo etcétera de actitudes que modifican la forma en que los habitantes viven su entorno, volcando sus vidas hacia el interior de sus hogares, cuando en realidad y con base en lo que estableció Jane Jacobs en su libro publicado en 1961, ‘Muerte y vida de las grandes ciudades’, la solución es exactamente lo opuesto.