Mario Maraboto
El próximo domingo se realizará el proceso electoral más importante en los últimos años en México y en él participarán, por primera vez, un importante número de jóvenes de 18 años, de ambos sexos que, aparentemente, no han sido atraídos por ninguna de las campañas: por un lado, no ven que se consideren algunas de sus expectativas y, por otro, hay apatía hacia los políticos en general. El argumento: “todos ofrecen pero ninguno cumple”.
Démosles un poco de contexto:
Las personas mayores de 50 años vivimos el gobierno de un partido (el PRI) en el que los partidos de oposición eran sólo una apariencia, pero no una fuerza real. Durante muchos años el presidente en turno elegía tanto a quien lo sucedería, como a los gobernadores de los estados, simulando una competencia con otros candidatos, pero sin un real ejercicio democrático.
Se aparentaba democracia, pero el presidente dominaba sobre los otros poderes y los ciudadanos considerábamos, por eso, que nuestro voto era inútil. Inclusive en la elección de 1976 sólo hubo un candidato (del PRI) por lo que, aun anulando el voto, finalmente ganaría. Con el argumento de “para qué votamos si ya sabemos quién va a ganar” se diluía la participación ciudadana en todas las elecciones.
Las cosas empezaron a cambiar cuando a fines de los noventa el entonces presidente impulsó una elección limpia y transparente y por primera vez en más de 70 años, en el 2000 ganó un candidato de oposición (PAN). Seis años después volvió a ganar un candidato del PAN en una elección muy cerrada en contra de AMLO. Desde entonces el actual presidente ha dicho -sin probar- que le cometieron un fraude.
Después de 12 años con presidentes del PAN, la ciudadanía decidió no votar de nuevo por ese partido y fue electo -derrotando a AMLO- un candidato, nuevamente del PRI, quizá por aquello de “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Sin embargo, sus niveles de corrupción motivaron a que en 2018 se buscara un cambio esperanzador sobre el que hizo campaña el actual presidente con la promesa, entre muchas, de combatir la corrupción.
Esa es la democracia: que los ciudadanos -no el presidente- decidamos libremente quién queremos que nos gobierne y, en su caso, si un partido o un candidato no convence, libremente votar por el cambio. Gracias a la democracia se ha podido votar por diferentes alternativas políticas por lo que en 24 años hemos tenido alternancia, buscando siempre un mejor presidente. En realidad, pocos presidentes han cumplido con sus promesas de campaña, pero hasta 2018, todos, a pesar de sus ineficiencias, dejaron algo positivo para el país (una política, una reforma, un programa, una institución, etc.).
Hoy estamos en una situación similar a la de hace 6 años; ante la corrupción y la violencia, entre otras causas, se requiere un cambio. Creo que la mayoría de las personas de mi generación no queremos regresar a una presidencia hegemónica (el dominio total de un poder sobre todos) como la que nos tocó vivir. Tenemos tres opciones: construir un segundo piso al gobierno actual, defender la vida, la verdad y la libertad, o probar una “nueva política”, curiosamente diseñada por un viejo político ex priista.
Jóvenes: reflexionen y voten libremente por quien consideren que pueda cumplir con lo que ustedes esperan del próximo(a) presidente(a) e inviten a sus amigos a hacer lo propio. Sean partícipes de la democracia. Hagan que el voto cuente para que luego puedan exigir el cumplimiento a las promesas de quien llegue a la Presidencia. Nuestra generación no lo hizo.