Con cada año que pasa, la temporada navideña emerge como un símbolo de alegría y unión. Las calles se iluminan con destellos coloridos, y el aire se llena de risas y nostalgia. Pero, al sumergirnos en este ambiente festivo, es esencial preguntarnos: ¿quién está realmente al mando de nuestras decisiones? La Navidad, que debería ser un periodo de reflexión, amor y conexión, ha visto su significado distorsionado por el creciente consumismo. El anhelo de adquirir lo último en tecnología o el regalo más espectacular deja a menudo un vacío que nada material puede llenar.