Si pudiera pedir un deseo sería que los líderes y los negociadores comerciales de Estados Unidos y China se fueran un fin de semana a un retiro juntos –les sugeriría Singapur– con un facilitador –les sugeriría a Lee Hsien Loong, primer ministro de Singapur– sin prensa ni Twitter para tratar de concretar los acuerdos comerciales y geopolíticos que dominarán sus relaciones en el futuro.
Debido a que su postura comercial de ojo por ojo sigue intensificándose, terminarán por hacer algo de lo que ellos y el resto del mundo se arrepentirán profundamente: fracturar las bases de la globalización que han contribuido tanto a la prosperidad y la paz relativa de la que ha disfrutado el planeta después de haber librado dos guerras mundiales el siglo pasado.
Estados Unidos y China son los dos países y economías más poderosos del mundo. Sus economías están totalmente entrelazadas. Si comienzan a desmantelar el cableado de telecomunicaciones, las cadenas de suministro de manufactura, los intercambios educativos y las inversiones financieras que han establecido desde la década de 1970, todos terminaremos viviendo en un mundo menos seguro, menos próspero y menos estable.
Si no crees que esa sea una posibilidad real, no has estado poniendo atención.
El presidente Donald Trump estuvo en lo correcto al comenzar una terapia de choques en materia de comercio dirigida a Pekín. China ya no solo quiere vender los juguetes y los zapatos deportivos que se comercializan en Estados Unidos. Ahora quiere vender los mismos productos de alta tecnología, como los equipos de telecomunicaciones 5G, la tecnología robótica, los autos eléctricos y los sistemas de IA en los que Estados Unidos se especializa. Por lo que se debía hacer entender a China de manera franca que Estados Unidos ya no ignoraría las viejas prácticas comerciales abusivas de China y que tampoco se dejaría sobornar.
Necesitamos un terreno de juego equilibrado, mas no un nuevo campo de batalla.
“Se necesitaba un restablecimiento estratégico en relación con la China del siglo XXI, pero el peligro es que estemos entrando sin notarlo a un conflicto generacional que no es necesario y para el que no están preparados ni Occidente ni China”, observó Nader Mousavizadeh, cofundador de Macro Advisory Partners, una firma de consultoría geopolítica que asesora a muchas empresas globales que hacen negocios en China.
En la política occidental, ha habido una tendencia respecto de China, agregó Mousavizadeh, para pasar “del lugar común holgazán acerca de que la relación entre China y Estados Unidos es la más importante del siglo XXI –y por lo tanto debería ser protegida a toda costa de las presiones económicas y geopolíticas ordinarias– a un fatalismo igual de holgazán acerca de un nuevo conflicto entre grandes potencias con China. No obstante, no hay nada inevitable acerca de una nueva Guerra Fría”.