La relación hombre-toro no ha podido ser establecida del todo, sin embargo se sabe que desde la prehistoria existió la necesidad de cazar
Juan Carlos Sámano
La relación hombre-toro no ha podido ser establecida del todo, sin embargo se sabe que desde la prehistoria existió la necesidad de cazar para poder comer para posteriormente después vincular esta sinergia entre el hombre y el toro con la magia, el amor, la religión, la fortaleza, el poder, la fertilidad y la juventud.
Esto no solo sucede en la Península Ibérica, sino en varios puntos del mundo occidental donde existía el Uro o Bos-Taurus, hoy desaparecido, y convertido al día de hoy en El Toro de Lidia gracias a la dedicación de Ganaderos a partir de principios del siglo XX aproximadamente.
Con la finalidad de poder encuadrar a la Tauromaquia dentro de la cultura Mediterránea es necesario recurrir a los juegos Cretenses de la civilización minoica en la Edad de Bronce, donde el toro tenía un carácter sagrado, y transmitía sobre todo, fecundidad y fortaleza a los jóvenes que saltaban sobre sus lomos o se agarraban a sus cuernos en el ritual de la Taurocatapsia, representado en los murales del palacio de Knossos (entre año 2000 y 3000 a.c.).
Fue muy frecuente la presencia de imágenes de toros salvajes en pinturas prehistóricas en España, Francia y norte de África lo que indica su presencia en esas épocas. El Uro o Bos Taurus Primigenius europeo se caracterizó por ser un animal de gran tamaño. Los machos podían alcanzar una altura de 1.70 hasta 2.00 metros hasta la cruz y las hembras 1.50 mts.. Su cornamenta era muy desarrollada y de acuerdo a los antecedentes se determina que su pinta era normalmente de color negro con una banda más clara sobre el dorso y hocico, aunque también existían otras variedades de pintas como castaño combinado con zonas grises.
Normalmente vivían en grandes manadas, se desplazaban entre montañas, dehesas o marismas de acuerdo a la época y el clima. Su bravura le hacía sumamente peligroso, incluso para su propia especie, el toro luchaba hasta vencer o morir y no rehusaba al encuentro, hasta que el hombre fue aprendiendo a combatirle sin entrar a sus terrenos, desplazándolo a lugares más propicios para lograr cazarlo, siempre actuando en grupos muy bien coordinados.
Es así como podemos determinar que el Toro de Lidia actual es uno de los descendientes que mejor ha conservado las características primigenias de la especie, y que desde hace cientos de años por su particular modo de crianza en semilibertad, es la más brava y salvaje de cuantas razas domésticas existen, características esenciales para que siga persistiendo la Fiesta de los Toros.