La voz del vicario de Cristo
Hace unos días regresé del viaje a Hungría. Deseo dar las gracias a todos aquellos que han preparado y acompañado esta visita con la oración, y renovar mi reconocimiento a las autoridades, a la Iglesia local y al pueblo húngaro, un pueblo valiente y rico de memoria. Durante mi estancia en Budapest pude sentir el afecto de todos los húngaros. Hoy quisiera hablaros de esta visita a través de dos imágenes: las raíces y los puentes.
Las raíces. Fui como peregrino a un pueblo cuya historia —como dijo san Juan Pablo II— ha estado marcada por “muchos santos y héroes, rodeados de multitudes de gente humilde y trabajadora” (Discurso con ocasión de la ceremonia de bienvenida, Budapest, 6 de septiembre de 1996). Realmente es verdad: he visto mucha gente sencilla y trabajadora custodiar con orgullo el vínculo con las propias raíces. Y entre estas raíces, como evidenciaron los testimonios durante los encuentros con la Iglesia local y con los jóvenes, están sobre todo los santos: santos que han dado la vida por el pueblo, santos que han testimoniado el Evangelio del amor, y que han sido luz en los momentos de oscuridad; muchos santos del pasado que hoy exhortan a superar el riesgo del derrotismo y el miedo del mañana, recordando que Cristo es nuestro futuro. Los santos nos recuerdan esto: Cristo es nuestro futuro.
Las sólidas raíces cristianas del pueblo húngaro han sido puestas a prueba. Su fe fue probada por el fuego. Durante la persecución atea del siglo XX, de hecho, los cristianos fueron golpeados violentamente, con obispos, sacerdotes, religiosos y laicos asesinados o privados de la libertad. Y mientras se intentaba talar el árbol de la fe, las raíces permanecían intactas: se mantenía una Iglesia oculta, pero viva, fuerte, con la fuerza del Evangelio. Y en Hungría esta última persecución, opresión comunista fue precedida de la nazi, con la trágica deportación de mucha población judía. Pero en ese atroz genocidio muchos destacaron por la resistencia y la capacidad de proteger a las víctimas, y esto fue posible porque las raíces de la vida juntos eran firmes. Nosotros en Roma tenemos una buena poetisa húngara que ha pasado todas estas pruebas y cuenta a los jóvenes la necesidad de luchar por un ideal, para no ser vencidos por las persecuciones, por el desánimo. Esta poetisa cumple hoy 92 años: ¡muchas felicidades, Edith Bruck!
Después de las raíces la segunda imagen: los puentes. Budapest, nacida hace 150 años de la unión de tres ciudades, es célebre por los puentes que la atraviesan y unen las partes. Esto ha recordado, especialmente en los encuentros con las autoridades, la importancia de construir puentes de paz entre pueblos diversos. Es, en particular, la vocación de Europa, llamada, como “puente de paz”, a incluir las diferencias y a acoger a quien llama a sus puertas. Hermoso, en este sentido, el puente humanitario creado por tantos refugiados de la cercana Ucrania, que he podido encontrar, admirando también la gran red de caridad de la Iglesia húngara.
El país además está muy comprometido en la construcción de “puentes para el mañana”: su atención por el cuidado ecológico —y esto es algo muy, muy hermoso de Hungría— el cuidado ecológico y por el futuro sostenible es grande, y se trabaja para edificar puentes entre las generaciones, entre los ancianos y los jóvenes, desafío hoy irrenunciable para todos.
Finalmente me gusta recordar, al inicio del mes de mayo, que los húngaros son muy devotos de la Santa Madre de Dios. Consagrados a ella por el primer rey, san Esteban, por respeto estaban acostumbrados a dirigirse a ella sin pronunciar el nombre, llamándola sólo con el título de la reina. A la Reina de Hungría encomendamos este querido país, a la Reina de la paz encomendamos la construcción de puentes en el mundo, a la Reina del cielo, que aclamamos en este tiempo pascual, encomendamos nuestros corazones para que estén arraigados en el amor de Dios.