La frase que da título a este texto la dijo Richard Nixon en su entrevista con Sir David Frost. Ahora que leo el libro escrito por el último, la declaración del Presidente ya caído en desgracia me pareció un excelente pórtico para enmarcar lo que quiero decir. La idea de la sujeción al derecho por la autoridad en nuestro tiempo.
En la época de los monarcas absolutos, la conocida frase del Rey Sol “El Estado soy yo” describía con claridad que las normas eran producto del monarca, y que el decidía a quienes se le aplicaban y a quienes no, y desde luego, no se sentía sujeto a éllas. La voluntad sin límite de quien manda por designio divino, que no está sujeta más que al juicio del Altísimo.
Pero no vivimos ya esos tiempos. Hoy las normas siguen siendo producto del poder, no podría ser de otra manera porque el derecho es un fenómeno autoritativo; sin embargo, se llega al mismo por voto popular y se ejerce sujeto a controles de tipo jurisdiccional y social. No hay ya monarcas absolutos.
Es justo lo anterior lo que hace tan interesante la frase del político californiano. ¿De verdad el Presidente el país más poderoso del mundo puede, por su propia voluntad, volver legal lo ilegal? No me parece así. En primer lugar, el ejecutivo americano no es tan fuerte como uno pensaría, pues se encuentra sujeto a los amplios poderes del Congreso, tanto para la aprobación de leyes y presupuestos, como para la ratificación de secretarios y embajadores; recordemos solamente los problemas relativos al presupuesto que han jalonado toda la presidencia de Obama. En segundo lugar, la Suprema Corte es un poder fuerte, que suele frenar los ímpetus presidenciales cuando no se apegan a la interpretación que hace de la Constitución. En tercero, la vigorosa justa democrática de cada cuatro años, en la que los ciudadanos ratifican o retiran el apoyo a partidos y personas.
Hay quien afirma que tiene más poder un Primer Ministro británico, porque tiene necesariamente el apoyo de la mayoría del Parlamento. Ser Presidente del país más poderoso, no convierte en automático en el hombre más fuerte del mundo.
El mejor ejemplo es justamente Nixon. Su voluntad de monarca absoluto fue vencida por la combinación de la prensa, opinión pública y sistema judicial. Ahora bien, usted pensará que eso sólo pasa en Estados Unidos. Mi hipótesis es que también en México el poder cada vez tiene más contrapesos.
Desde luego el más importante es el propio juego democrático. Los votos cuentan y se cuentan, y si bien no puede afirmarse que nuestra democracia electoral es perfecta, lo cierto es que si volteamos la vista atrás, y la comparamos con lo que teníamos hace 30 años, mucho hemos avanzado. Otro valladar es la propia división de poderes, tanto en lo horizontal (Congreso) como en lo vertical (entidades y municipios) pues la convivencia con distintas fuerzas hace que el juego político deba encauzarse dentro de un marco institucional y legal. Nadie puede imponer su voluntad ignorando a los demás jugadores.
La opinión pública desde luego es un límite importante. Hoy todo se ve, todo se discute. De todo opinamos con o sin razón, todo se cuestiona y se analiza; lo mismo sesudos intelectuales que todos los ciudadanos hablamos con libertad y criticamos. Vuelvo a mi comparación, ¿esto era posible hace treinta años?
Reformulando la frase de Nixon, en una forma aplicable tanto a México como a Estados Unidos, podríamos decir: “Si el Presidente (o cualquier político) lo hace, eso significa que será escrutado, revisado y criticado”
Por: Luis Octavio Vado Grajales
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