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Hace unos días, el presidente Peña Nieto informó, como ejemplo de las buenas noticias que el “mal humor social” no admite, que en su gobierno se han creado 2 millones de nuevos empleos, más que en cualquier otro. Dejo a los defensores de dichos gobiernos rebatir o no la afirmación. Yo sólo la contextualizo. Dijo … Leer más

14 de julio 2016

Hace unos días, el presidente Peña Nieto informó, como ejemplo de las buenas noticias que el “mal humor social” no admite, que en su gobierno se han creado 2 millones de nuevos empleos, más que en cualquier otro. Dejo a los defensores de dichos gobiernos rebatir o no la afirmación. Yo sólo la contextualizo.

Dijo EPN que, al mes de junio, había 2 millones de empleos más que el 1 de diciembre de 2012. La cifra por año es de 570 mil empleos adicionales. Esto equivale a 7-8 por ciento menos que el promedio histórico de los últimos 18 años, excluyendo el año catastrófico de 1995, pero incluyendo el calamitoso 2009: más o menos 600 mil.

La diferencia estriba en que el menor número de empleos bajo EPN se da en una población en edad de trabajar que ha crecido considerablemente en estos 18 años. En términos muy gruesos, la cifra de EPN significa que solo uno de cada dos mexicanos que ha ingresado al mercado de trabajo en estos tres años y medio ha obtenido un empleo formal.

En un post del lunes 11, el portal informativo Animal Político en su sección ‘El sabueso’, se puso a investigar la calidad de dichos empleos y concluyó que las correspondientes remuneraciones eran curiosas: Basándose en datos del IMSS y del INEGI, 72 por ciento de los trabajos creados generan un ingreso de 4 mil pesos al mes o menos; otro 24.3 por ciento, menos de 3 mil. En otras palabras, estos empleos, que no son ni éxito ni culpa de Peña sino que son como son, constituyen un avance al tratarse de puestos en la economía formal, con prestaciones y en industrias donde puede haber, a la larga, cierta movilidad salarial y por lo tanto también social, pero generan salarios de miseria.

Un ejemplo de esta contradictoria situación es la industria automotriz. Entre las viejas y nuevas plantas inauguradas, sobre todo en el Bajío, e incluyendo armadoras y ‘autoparteras’, emplea ya a más de 700 mil mexicanos. Es mucho en términos absolutos, poco en términos relativos para un país de 125 millones de habitantes. Este es también un avance innegable para el país y constituye nuestro primer rubro exportador.

Pero la tendencia salarial ya descrita se reproduce dentro de esta industria. Hace poco en un evento en la Universidad Tecnológica de Torreón, el día de la graduación de este año, el rector me explicaba que por un lado el 60 por ciento de los egresados ya tenía un empleo. Solo que siendo ingenieros, el sueldo promedio que las empresas ‘autoparteras’ de Torreón pagaban, era de 6 mil pesos al mes.

De acuerdo con las cifras del INEGI, el salario mensual promedio en la industria automotriz, de un obrero calificado, no llega a 10 mil pesos al mes. Se trata de nuevo de ingresos que debieran ser intolerables en este país.

¿Cómo cambiar esto? Nadie tiene una varita mágica, pero es un tema que debe ser cada vez más central en México: ¿Cómo mejorar el ingreso de las familias mexicanas? En lugar de: ¿Cómo combatir la pobreza?, o ¿Cómo aumentar el salario mínimo?

Por Jorge G. Castañeda

 

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