El mundo en el que vivimos se está haciendo cada vez más complicado. Lo que hace unos años daba certeza, pues era un punto de apoyo, hoy ya no existe.
Si pervive es como una equivocación.
Nadie nos preparó para este torbellino globalizador y tenemos la necesidad de sobrevivir en él como individuos, como clúster, como ciudades, estados o países.
Un clúster es una agrupación de empresas e instituciones relacionadas entre sí, pertenecientes a un mismo sector o segmento de mercado, que se encuentran próximas geográficamente y que colaboran para ser más competitivas.
Aquí, en Querétaro, se pueden considerar clúster a las empresas de autopartes y la aeronáutica.
La solución que de momento se aplica para la complejidad de este mundo es el liderazgo.
Las organizaciones de todo tipo requieren de las habilidades fundamentales del líder.
Si las organizaciones quieren adaptarse, deben saber lo que tienen que aprender y lo que deben aprender a olvidar.
La diferencia entre un líder y un jefe es que el líder tiene la visión de lo que se debe aprender y transformar a tiempo.
El líder debe cambiarse primero a sí mismo, y luego rápidamente a la organización que comanda, para que esta siga siendo competitiva y sobreviva.
Muchos creen que el líder es un ser enigmático.
El líder es una persona común que se distingue de los demás, porque busca sistemáticamente la transformación creativa y efectiva de la organización que dirige.
Él sabe que la organización que comanda debe estructurarse como un sistema de aprendizaje continuo. El líder comprende que la cultura para el sistema solo se crea cuando él, por ser el líder, establece puntos focales a través de su ejemplo.
Él sabe que, en la era del conocimiento, la mentalidad de la gente es el motor de cualquier organización. El líder no da órdenes; tiene una concepción bien definida de que la gente quiere dinero, pero también quieren crecer, sentirse apreciados y tener sentido de pertenencia.