Grecia De los Santos y Jorge R. Javier Tortajada
Empecé a usar el transporte público cuando me mudé a Querétaro hace cinco años. No era algo diario: un trayecto corto de la universidad a mi casa y dentro del centro de la ciudad. Lo retomé este marzo porque el trabajo me queda retirado para usar Uber diario. Uno de los camiones que tomo es Flecha Azul, que todavía cobra con efectivo, ya que recorre todos los pueblos traseros de El Marqués. El segundo que utilizo es una van que me lleva a mi casa en Zibatá, con esta, he tenido una buena experiencia, pues nunca se llena y el recorrido es corto.
Muchas paradas no están marcadas o son inexistentes y te la vas aprendiendo con el transcurso del tiempo. Te puedes llegar a perder fácilmente y más si te pasas de tu parada porque, en la siguiente, seguro, no habrá ni una banca en la cual esperar ni mucho menos un mapa con las rutas del transporte. Claro que, en el centro de la ciudad, sí existe este equipamiento, hasta hay máquinas para recargar la tarjeta de Qrobús, pero esto es solo una pequeña sección de la ciudad.
Soy una mujer foránea de 22 años y tengo la fortuna de que no me ha pasado nada ni he experimentado una situación en la que tenga miedo o me sienta incómoda. La aplicación Moovit es la que realmente me ha ayudado con el transporte público, pero hay demasiada gente de la tercera edad o de un sector socioeconómico bajo que no siempre tienen internet o un celular. Qrobús ha crecido y evolucionado, pero quisiera que se viera más como un proyecto urbano que solo invertir en más autobuses.
MT