Los últimos meses en Colombia han sido de una vivencia de odio, fomentada por los líderes de los diferentes grupos políticos y que nadie se imaginó que podría llegar a esos extremos. Soñar con la paz fue una quimera que se ha apagado de manera paulatina, pero progresiva ante el estupor del mundo.
Lo que sucede en Colombia es similar a lo que sucedió en Venezuela, Estados Unidos y otros países, donde los líderes nacionalistas acuden a discursos populistas para tomar el control de sus territorios.
Para hacerlo apelan a todo, desde noticias falsas hasta crisis económicas, que desmoronan países en un afán sin límites de acumular riquezas, sin importar quiénes caen para no levantarse, todo ello con el apoyo de las redes sociales, que juegan un papel importante que no se puede negar.
El espíritu del círculo del odio es el que impera en Colombia, hasta el punto de que si hay que asesinar para generar una dosis más alta de odio, no hay ningún obstáculo para no hacerlo.
La crisis que se vive se crecentó ante la emigración venezolana que tomó a Colombia, de manera dirigida o no, como el paso obligado para ir a otros países. Los recursos para atender a los connacionales en salud, vivienda, empleo y seguridad se agotaron de manera rápida, porque los cálculos de la migración fueron inferiores y porque, además, los Gobiernos regionales y el nacional fueron negligentes, al punto que la bola de nieve creció tanto que en el momento es difícil, por no decir que imposible, de detener.
Pero eso no es todo; los congresistas y senadores que representan al Norte de Santander, la región más afectada por la crisis migratoria, fueron los más inoperantes en el último año, según un informe de última hora.
Pero hay algo peor: que las desgracias pueden continuar, porque aspiran a ser otra vez reelegidos y ante la amnesia que sufre el país no es de extrañar. Cúcuta, la capital del departamento y otrora la frontera terrestre más activa de Colombia, es ahora una ciudad donde mandan los ilegales ante la pasividad de las autoridades.