Hace unas semanas, en plena escasez de gasolina, decidí solicitar un servicio de Uber con dirección al Centro Histórico. En el trayecto, surgió la pregunta obligada sobre las experiencias en las colas interminables para el abastecimiento; al tiempo que me di cuenta de que mi conductor tenía un acento extranjero.
A mitad de camino me confiesa su nacionalidad venezolana y comienza a platicarme la situación de su tierra; primeramente, me dibuja un Estado sumido en la opresión, sin libertad de expresión y sometido a la voluntad castrense; servil a un régimen imperialista que se presume como democrático.
Al llegar a mi destino, me dio sus mejores deseos y anhelaba el fin del corte en las gasolineras; concluyendo su charla, expresó: “Así empezó Venezuela y no me gustaría seguir huyendo de mi hogar”. Con este testimonio me gustaría entrelazar el objetivo de esta opinión.
Ante la crisis y división de nuestro vecino latinoamericano, las naciones están inconformes. Una lucha de poder que afecta principalmente a la población y lastima su calidad de vida. Es correcto que, como lo ha dicho la historia, las grandes potencias velan por sus intereses en estos escenarios endebles. Sin embargo, con excepción de dos países (el nuestro y Bolivia) el continente americano se une contra la imposición y la dictadura.
Hemos acotado los principios constitucionales de la no intervención y la autodeterminación de los pueblos. Incluso citan a beneficio personal y fuera de contexto la frase del benemérito, Benito Juárez: “entre los individuos como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz”. ¿Realmente es lo justo?
Vamos a equiparar el contenido de nuestra carta magna y pongamos en una balanza, por un lado, el apego irrestricto a la soberanía (cuya ineficacia ha quedado expuesta) y, por el otro, la defensa continua de los derechos humanos con su alcance universal y sujetos a interpretación en el artículo 1º, tratados internacionales y convenciones ratificadas. El servicio exterior debe ponderar las nociones arraigadas en nuestra norma suprema; desde la raíz hemos sido compañeros revolucionarios; no olvidemos la valentía del libertador Simón Bolívar.